jueves, marzo 30, 2006

Hombre al agua

Cuando uno se sube a un bote hay una sensación de abandono. Algo de desapego, de dejar atrás lo que siempre haces para cambiar de pronto de switch, y dar un giro tan brusco que cambia incluso el entorno, llevándote a uno muy diferente al que estás adaptado biológicamente.

Claro, quizás sea la sensación exclusiva de alguien que no trabaja habitualmente en el mar, o incluso puede ser algo que sólo me sucede a mí. Quien sabe, el punto es que cuando comienzas a pisar el delgado piso de madera que te separa del abismo azul sientes una bocanada, un soplo que te ventila, haciéndote incluso cambiar de actitud por la de alguien que se va, más silencios, con conversación y bromas entre medio, pero actuando como quien tiene literalmente un horizonte más amplio frente a sus ojos y no se limita a sentarse a esperar lo que la corriente o la resaca traiga a su vida. Ir por la vida, no sentarse a esperarla.

Navegar es también tedioso, si bien trabajas abordo, hay bastante tiempo muerto durante el cual puedes pensar mucho si lo deseas, si es que no te quedas dormido claro. Y por tu mente pasa de todo, platos de comida, antiguas o presentes parejas, el nombre del arquitecto de las pirámides de Egipto, tipos de homocinéticas para autos, cuantos pares son tres moscas, el piquero de Luciana Salazar o, en una de esas, incluso piensas sobre lo que abandonas en la orilla. Alguien a quien yo quise más, y aún quiero mucho, me dijo que simplemente era un sentimiento de libertad tremendo, pues sentías que todo quedaba atrás, tu vida entera, percibías un nuevo comienzo, o al menos, sentías que eso era posible.
Si es eso en verdad, ir al mar es la metáfora y la ocasión perfecta, pues te permite dejar atrás la mochila que arrastramos en nuestra vida diaria y nos entrega la ilusión de la liviandad, de la levedad del ser-con permiso de Kundera, para volver a sentir el corazón lleno de ganas y posibilidades, asumirse de algún modo inmortal, simplemente saborear el ser joven, chupar la médula de la vida, pero con gusto a sal y brisa en la cara esta vez.

Las luces en la costa
son faros del pasado,
todo volverá a ser como fue


Así, pareciera que el abandono, que conlleva la ausencia, pues uno es dejar y la otra es la falta de algo o alguien, van de mano de la libertad. Mar, abandono, ausencia, libertad, son palabras y sensaciones como para respirarlas una noche de verano estrellada, sentado en una banca, junto al mar, claro.

Buscando con la mirada semi olvidados puertos azules, sintiendo el océano, secando la piel al viento, saboreando la marca intensa de aceite y sal de un pescado frito con pan en la boca

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