jueves, marzo 30, 2006

Escribir

Me gusta escribir. Y es raro decirlo, pues nunca escribí antes como lo intento hacer ahora. Antes siempre leí, a veces compulsiva, pertinaz, casi patológicamente, pero escribir era algo extraño, de otra dimensión, estaba fuera de mi foco diario.

Pero un día, en una ocasión de esas que ocurren sin un motivo determinado, pero que descubres fue detonada por eso que llamamos casualidad, simplemente me largué a escribir. Y me gustó, no por el resultado, sino por el proceso, el proceso de intentar dar coherencias a ideas que luchan unas con otras por ser expresadas sin ton ni son.

Escribir tiene algo terapéutico, es un desafío, un reto a ver si eres capaz de articular un todo comprensible, sensible, entre la maraña de maleza que uno suele tener en el cerebro. También es libertario, es saltar del séptimo piso a la piscina, como Charly en Mendoza, sin un objetivo claro, simplemente por ver si uno es capaz de hacerlo.

Quien lee claro, no piensa así probablemente, simplemente espera entender, sentir algo en la lectura, busca que el texto imprima, quizás saque algo de su mente, o enriquezca esos 21 grs que llamamos alma. En ese sentido quien lee es más sincero, más simple en sus intenciones, quien escribe en cambio, manipula, y lo hace utilizando el medio escrito para probar sus posibilidades, sentirse mejor vertiendo lo que tiene adentro o influir en otras personas. Sin embargo hay algo que lo salva de tan egoístas intenciones, el espíritu suicida, el salto al vacío requiere valor para exponer ideas y entrecruzarlas, sean propias o prestadas, con el riesgo de ser incomprendido o comprendido en demasía.


Bueno, ya lo dije, desde hace poco tiempo me gusta escribir. Y me gusta ver como las ideas se entrelazan, a veces mal, a veces mejor, formando un todo. Una creación que de algún modo es un mundo propio que en su proceso de formación puede sanarte, redimirte, hacerte entender, o simplemente lograr que olvidar la realidad que no termina de hacerte sentir cómodo del todo


Marcas

En las noches despejadas, si uno mira al cielo, pareciera que las estrellas se viniesen hacia ti. Hay poca luz artificial, y en el medio del Pacífico las luces del pueblo no son más que un tenue destello que no logra abrir el velo de oscuridad.

En el medio del cielo, cruzándolo en diagonal, las millones de estrellas del resto de la Vía Láctea son sólo una mancha nebulosa, lo mismo las nubes de Magallanes, igualmente Orión, el cazador. Allá arriba está cubierto de nombres, algunos que conozco y otros que no sospecho cuales son (pero si es necesario inventaría).

Igual que en la isla. Acá los nombres riegan todo, cada roca, punta, cerro, mancha, todo pareciera estar identificado y nombrado. Giganta, Los toros, La caida de agua, Punta bacalao, El francés, La pesca de los viejos, El sauce, Piedra negra, Lobería, El pangal, El palillo, El inglés, El encierro, El mono, Pesquero camacho, Vaquería, La oreja de conejo, El viudo, etc.

Todo nombrado, todo clasificado, porque todo sirve como orientación para navegar cuando no hay GPS, lo mismo que las estrellas, marcas en el cielo para pescadores y marinos de otros tiempos. Marcas que por ejemplo, permitieron al papá del choche y abuelo del chunca navegar 350 millas en una bote a vela hasta el continente una vez que se les perdió la isla en medio de la niebla hace unos 60 años atrás.

En todo caso, pareciera que la gente se esfuerza obsesivamente por nombrar todo. Los pescadores no se conocen por sus nombres, sino que por sus sobrenombres. El pastilla, El chunca, Pelluco, Churreco, Caque' pollo, El charqui, El queen, Gigante, Tunga, Lonqui, El manteca, Mariachi, Popito, Chicho, El tronco, Quelo, Cocharita.

Todo por orientarte, todo por saber con quien hablas, adonde vas, o al menos desde donde vienes, porque si no tenemos idea donde dirigirnos estamos irremediablemente perdidos en el aquí y el ahora. Como cuando la vida pierde el rumbo, porque lo que ibas a hacer ya no podrá ser nunca más, entonces quizás haya que buscar alguna marca, mirar alrededor y bautizar, dar un nombre, dar un sentido en definitiva, pues al nombrar las cosas éstas comienzan a existir, a ser, a diferenciarse de un resto de realidad algo amorfa.

Alguien debe nombrar un árbol para que éste comience a ser uno y no, por ejemplo, un dedo que Dios puso en la tierra apuntando al cielo. Para enfilar rumbo uno necesita de un sentido para que te lleve adonde quieras, partiendo siempre del supuesto que una persona tiene dentro de sí la voluntad de querer.

Siempre estuvo súper claro para los pescadores

Hombre al agua

Cuando uno se sube a un bote hay una sensación de abandono. Algo de desapego, de dejar atrás lo que siempre haces para cambiar de pronto de switch, y dar un giro tan brusco que cambia incluso el entorno, llevándote a uno muy diferente al que estás adaptado biológicamente.

Claro, quizás sea la sensación exclusiva de alguien que no trabaja habitualmente en el mar, o incluso puede ser algo que sólo me sucede a mí. Quien sabe, el punto es que cuando comienzas a pisar el delgado piso de madera que te separa del abismo azul sientes una bocanada, un soplo que te ventila, haciéndote incluso cambiar de actitud por la de alguien que se va, más silencios, con conversación y bromas entre medio, pero actuando como quien tiene literalmente un horizonte más amplio frente a sus ojos y no se limita a sentarse a esperar lo que la corriente o la resaca traiga a su vida. Ir por la vida, no sentarse a esperarla.

Navegar es también tedioso, si bien trabajas abordo, hay bastante tiempo muerto durante el cual puedes pensar mucho si lo deseas, si es que no te quedas dormido claro. Y por tu mente pasa de todo, platos de comida, antiguas o presentes parejas, el nombre del arquitecto de las pirámides de Egipto, tipos de homocinéticas para autos, cuantos pares son tres moscas, el piquero de Luciana Salazar o, en una de esas, incluso piensas sobre lo que abandonas en la orilla. Alguien a quien yo quise más, y aún quiero mucho, me dijo que simplemente era un sentimiento de libertad tremendo, pues sentías que todo quedaba atrás, tu vida entera, percibías un nuevo comienzo, o al menos, sentías que eso era posible.
Si es eso en verdad, ir al mar es la metáfora y la ocasión perfecta, pues te permite dejar atrás la mochila que arrastramos en nuestra vida diaria y nos entrega la ilusión de la liviandad, de la levedad del ser-con permiso de Kundera, para volver a sentir el corazón lleno de ganas y posibilidades, asumirse de algún modo inmortal, simplemente saborear el ser joven, chupar la médula de la vida, pero con gusto a sal y brisa en la cara esta vez.

Las luces en la costa
son faros del pasado,
todo volverá a ser como fue


Así, pareciera que el abandono, que conlleva la ausencia, pues uno es dejar y la otra es la falta de algo o alguien, van de mano de la libertad. Mar, abandono, ausencia, libertad, son palabras y sensaciones como para respirarlas una noche de verano estrellada, sentado en una banca, junto al mar, claro.

Buscando con la mirada semi olvidados puertos azules, sintiendo el océano, secando la piel al viento, saboreando la marca intensa de aceite y sal de un pescado frito con pan en la boca

La ballena


Fue en un día de sol, caluroso, despejado, cuando bajo el mar se agitaba una culebra gigante que se ondulaba una y otra vez, sin parar, sin detenerse nunca, agitando el agua para formar una onda larga, rítmica, sobre la cual te empequeñeces como el público ante una sinfónica, mientras el bote sube y baja a su compás.

De pronto, su espalda imperfecta describió un arco perfecto, una parábola gris que rompió el azul en pedazos de espuma blanca. Lanzando un chorro de agua al cielo espantó a las fardelas que se agitaron y formaron círculos. Simplemente navegaba, fuera de esta realidad, lejos de toda humanidad, en una dimensión distinta, en un presente líquido en donde todo se diluye y agita mil veces, en donde se mira un cielo que no es nuestro cielo.

Por un instante nos trajo otro mundo, todo silencio, contemplación, serenidad, pero no nos costó nada ser humanos nuevamente. Entonces pensamos en posibles enredos con trampas, en carnada, en esa totalidad de cosas prácticas que definen nuestro modo de vida, haciéndonos desechar, despreciar, o al menos convertir en sospechoso, todo aquello a lo que no le encontramos un fin útil.

Sobre nosotros, en nuestro cielo, el sol siguió imperturbable, brillando y marcándonos en la piel nuestro día a día. Nos separamos más y más, hasta que desviamos la mirada, volvimos al trabajo, y todo, todo volvió a ser como siempre.

3699

Es la cantidad de fotos y videos que he sacado y obtenido en la isla. Al ver el número, al leerlo allá arriba, hace que me pregunte si acaso no es una exageración el sacar, en promedio, una foto por minuto durante dos días y medio seguidos.

Quizás lo sea, pero en descargo me pregunto, ¿de que modo puede o debe medirse el tiempo?, ¿segundos, minutos, días?, ¿es posible medirlo en instantes?. La fotografía permite atrapar un pestañeo, como quien vislumbra una idea que destella al volar por tu mente, es una herramienta que alivia una de nuestras principales obsesiones, el que todo, sin remedio alguno, simplemente pase, TODO PASA (duro, no?), se va al baúl de los recuerdos, y de paso nos permite descomponer el tiempo, no en unidades sexagesimales como si fuésemos un miserable reloj swatch, sino que en instantes, en fracciones de existencia que son parte del continuo que llamamos vida.

Todos los sistemas tienden al desorden, así me enseñaron en termodinámica, dicho de otro modo, los procesos ocurren siempre en dirección de la entropía. Los 3699 instantes capturados con una cámara digital, además de un intento algo loco y obsesivo de representar la realidad, son también un esfuerzo porque la entropía no borre del todo los momentos especiales que se acumulan conformando lo que uno es.

Así que, en vez de considerarme como un fanático, un talibán de la fotografía, me aprovecharé haciendo una declaración de resistencia. Y haciendo uso del impulso, de la inercia para seguir en el ámbito de la física, levantaré un estandarte, una bandera negra con una "R", grande, blanca, pintada en su centro, con la cual simplemente diré que desde hoy me declaro independiente y que con toda dignidad manifiesto que me niego a ser arrasado y borrado por la entropía.

A la mierda con ella. He dicho.

jueves, marzo 23, 2006

Music


Foto: Z

Escuchando música, de Bowie exactamente, descubrí la respuesta al porqué la música en inglés te puede llegar a gustar aunque no sepas inglés. Y la razón es la misma por la cual a muchos no les gusta del todo la televisión, cuando escuchas simplemente música, en inglés, ruso, croata o checheno, simplemente disfrutas de la música y tu mente hace el resto.

El trabajo de traer imágenes, ideas, recuerdos, momentos, de evocar, lo haces tú, sin que nada esté preparado o masticado previamente. Es como leer, en donde las voces, la historia, la construyen tus neuronas, como si la música te hablara directo, sin interferencias, una línea directa, un celular hacia el interior de cada uno.

Y si sobre elecciones se trata, para días nostálgicos prefiero algo de Coldplay, Chris Cornell, David Bowie, REM, Colective Soul o Smashing Pumpkins, música de lugares con climas fríos podría decirse, música de tardes de un verano que se va, o de un recuerdo que ha tardado demasiado en irse. Para días movidos, jueves "violentos", por ejemplo, habría que olvidarse de todo lo que he dicho hasta ahora pues no hay como harta pachanga en español matizadas por rock en la lengua de Cervantes, Neruda y Benedetti.

La mujer

La mujer de mi vida tiene ojos grandes. No más grandes que su alma, pero si tan grandes como para que pueda divisarla en ellos y para que pueda conocer la mía en su brillo.

La mujer de mi vida sonríe, y cuando lo hace no hay más tiempo, ya no hay más nada en realidad, pues simplemente ella está sonriendo. Y lo hace del modo aquel en que sólo ella puede hacerlo, brillando, transparentando y deteniendo todo.

Ella tiene el pelo largo, de bandera, de algas en la rompiente, arremolinado, suelto al viento. Pues sólo está completamente cómoda al viento, con la mirada perdida en el horizonte, disfrutando y saboreando de esa libertad que dan los espacios abiertos mientras toda preocupación desaparece.

Su mente bulle mientras conversa, lee, escribe, hierve de ideas que lanza, que desbordan en una conversación iluminada por el resplandor amarillo de un vaso de cerveza bañado por la luz neón. Sólo ella puede callar llenando todo, absolutamente todo de silencio, diciendo por completo sin necesidad de completar ni decir nada.

La mujer de mi vida en verdad no tiene ojos grandes, ni pelo de bandera, no sonríe transparentando todo, ni en su mente se arremolinan ni atragantan ideas. Mi mujer está por ahí, en algún lugar, no se cómo ni porqué,

no es la que pensé,
no es la que tuve,
no es la que soñé.

La mujer de mi vida es impensada, innombrada, inimaginada, sólo se que espero por ella y que es genial pensar que ella espera por mí, aunque ambos no sepamos a quien esperamos exactamente

Aquatic life


Hablar de una película que no he visto es difícil, imposible quizás. Esto puede ser considerado como un parche antes de la herida, pero también como una advertencia, una señal caminera que te dice "No sigas, te lo advertí".

Pero algo sé de la película, más bien he leído sobre ella, lo que han dicho personas que la han ido a ver. Y como el cine es el arte de la imagen en movimiento, intentaré hacer cine, hablando de la imagen que se grabó en mí, más bien de la imagen que creo, o quisiera ver en esa película.

En la cinta, el protagonista, Bill Murray, el mismo de los cazafantasmas y de "El día de la marmota" (donde aparece la GUAPISIMA Andy Mcdowell), es un investigador submarino con un gorro de lana rojo, que viaja por el mundo con una tripulación extraña buscando vengar la muerte de su hijo matando a una extraña especie de tiburón. No se trata de Moby Dick, un cetáceo, sino que de un elasmobranquio, pero el director hizo una mezcla freak, un Melville "recargado".

Se trata de un homenaje, uno a nuestra niñez, a las fantasías que nos despertaban series de televisión como "El mundo submarino de Jacques Costeau" y esos documentales del mundo salvaje, generalmente con traducción hecha en España, y que por ende, pronunciaban todo con "Zetas". Pero también de un recuerdo, un retorno a ese mundo algo bizarro, de las series de antaño, de Ed Wood o Godzilla, donde algo de nuestra inocencia perdida vuelve a fascinarse con monstruos marinos de utilería y a entretenerse con ese cine de culto que los gringos llaman B-Movies (peliculas B, la "B" es de "Bad", películas malas).

Hay algo demasiado entretenido en la imaginación desbocada y descarriada, en la caricaturización del entorno, en donde la historia asume que es real, sin necesidad de imitarla en demasía. Monstruos evidentemente plásticos o de cartón piedra con ampolletas cubiertas de papel celofán, quizás sólo nos recuerdan juegos infantiles, cuando uno era feliz con un trozo de madera pintado que imaginabas era una pistola láser. Pero luego crecimos, y vimos que algo de eso era cierto, cuando franceses flacos de gorro rojo viajaban descubriendo un mundo hasta entonces desconocido y también cuando descubrimos que el mundo tiene mucho de una gran burla y que todo se parece bastante a una espada láser de palo pintada con brocha.

Mención aparte habría que hacer de un brasileño que toca temas de Bowie en portugués. Y digo aparte porque he escuchado los cover, específicamente, "Life on mars", un tema buenísimo, lleno de añoranza, de preguntas, de poesía, poesía que sólo tu imaginación es capaz de poner sobre la sensación que te da la música compuesta por un maestro como el duque blanco y que reinterpreta a la perfección el brasileño llenándola de saudade

El muro

Terminamos al fin la losa. Ella corona el muro de piedra que hicimos para la entrada de nuestra casa adoptiva y es la base de un futuro piso cerámico. El sábado, en un brusco salto en la escala social, me convertí en maestro "mezclero", el encargado de fabricar mezcla de cemento para armar la losa. Antes ocupaba el último peldaño en la escala profesional de la construcción, era "jornal", el responsable de traer piedras, retirar piedras, sacar tierra, agregar tierra, mover sacos de cemento, de cal, en una palabra, hacer uncuantohayytodoloquehagafalta.

Pensar que antes me gustaba la idea de echar todos los muros abajo, sin embargo ahora los construyo, aún más, siento que quizá es sano construir algunos. Una contención, retención, un dique, algo que aguante todas esas veces en que te sientes tentado no sólo en mirar del otro lado, sino que en quedarte pegado en el otro lado sin valorar lo que tienes, pensando que siempre el pasto del vecino luce más verde.

Armar y dar forma a todo ese montón de piedras tiene también algo de redención, el trabajo físico por alguna rara razón hace sentir mejor, y es también un desafío, pues es un intento loco de construir algo perenne, que se ría del tiempo, de los elementos, un grito diciendo "AQUI NOS QUEDAMOS",o al menos "ESTUVIMOS ACÁ".

Claro, al final no hay muralla que resista, porque sea como sea siempre termina siendo sobrepasada, como la línea Sigfrido en Francia, la Gran Muralla china, o el muro de Berlín. Lo curioso es que probablemente al desarmarlas sientes el mismo y desafiante impulso que al construirlas. Hacer-Deshacer, Construir-Destruir, como que ante una muralla, o frente a su inexistencia, sientes un cosquilleo, un "no se qué no se donde", simple rebeldía quizás, que te mueve a hacer algo para preservar o eliminar, en una dualidad entre lo que somos y lo que deseamos ser.

Quizás por eso se reverencian algunas murallas del pasado. Porque por algo a las personas les interesa la Gran Muralla, o los muros incas del Cuzco, digo yo. Tal vez ante la mole de piedra aflora una voz que te hace admirar el empeño que pusieron esos tipos para no desaparecer del todo, para contener el paso del tiempo que todo borra, preservando para el futuro lo que eran en ese momento.

Quizás por lo mismo aborrecemos otras, la de Berlín, Cisjordania, la de la frontera gringa-mexicana y la de Ceuta, porque esas simplemente representan lo que no queremos, lo que odiamos de nosotros mismos. Su destrucción es la expresión tangible del deseo reinvención para acercarnos a lo que nos gustaría ser

martes, marzo 14, 2006

Martes 28

Hoy he estado encerrado en casa.

Se suponía que saldría al mar, pero por esas cosas del destino el clima no acompañó, no nos quiso, y el bote en que iba a ir se dedicó a otra cosa.

Rara vez las cosas salen como pensamos que serían, y menos veces aún como quisiéramos. Así, que un giro clásico de lo que hacemos v/s lo que teníamos pensado hacer, ahora simplemente estoy acá mirando por un pedazo de ventana los árboles castigados por el viento.

Y mientras escribo, compulsivamente quizás, escucho a Coldplay, "We never change", y tal como me preguntaron hace no tanto, me pregunto, ¿será verdad que nunca cambiamos?. ¿Que es aquello que hace que seamos diferentes o iguales a lo que solíamos ser o que somos?, ¿un cambio de opinión?, ¿actuar distinto?.

En todo caso, a veces pareciera que definitivamente nada es como quisiéramos. Es como si no lográramos encajar nunca en los fríos hechos y quedáramos condenados a una especie de limbo, un país de nunca jamás en donde somos completamente invisibles y lo que sentimos o queremos es completamente indiferente para el resto.

Yo quisiera ahora mismo, por ejemplo, estar en una ciudad grande con un parque, en otoño, acompañado. Quisiera que nos encontráramos un paraguas en el pasto y que ella jugara todo el día con él, disfrutando y riendo por el modo en que cruje cuando lo abre y cierra, mientras no advierte que se moja bajo la lluvia, y que no deja de molestar a la gente con el famoso paraguas.

Quisiera quizás que fuese una tarde de verano, y que estuviéramos comiendo churros rellenos con manjar. Que ella se manchara la boca con el dulce y que estuviéramos descalzos mientras noto que le brillan los ojos cuando sonríe.

Y ahora que escribí esos dos últimos párrafos me doy cuenta de algo. Sí, las cosas no son como uno quisiera, o como pensamos que serían, pero aún en el caso irreal que siempre fuese así, todavía tenemos la posibilidad de imaginar, de soñar un poco, haciendo algo más ancho el estrecho día de encierro, haciendo en definitiva más respirables esas ocasiones en que nada resulta.
Si bien las cosas no son como queremos, tenemos una salvación, siempre podemos interpretarlas, de algún modo torcer la realidad, como un mago doblando una cuchara con la mirada, de modo tal que podamos seguir adelante. Después de todo, siempre podemos vivir la vida como queramos vivirla

Ceviche

Hoy comí ceviche. El ceviche, al igual que el bistec alemán, o tártaro, pertenece a esos platos que son sólo para ciertos elegidos. Elegidos que logran dejar de lado el hecho que en ambos casos la carne no está cocida, sino que simplemente sumergida por un rato en limón, y logran disfrutar del espectacular sabor.

No hay como tomar un filete de pescado fresco, trozarlo, agregarle sal, pimienta, merken, trozos de ajo y cebolla picados, además de un poco de aceite, para dejar reposar todo en limón hasta que los trozos cambien de color. Se sirve sólo o con un poco de cilantro picado. La acidez que te deja en la boca se aloja hacia atrás, se queda pegada a las mejillas, en el ángulo de la bisagra que forma la mandíbula inferior, y se disfruta mejor acompañado de pan. Claro, no se hace con cualquier pescado, en mi caso los mejores que he probado han sido de rollizo, reineta, corvina, jurel de Juan Fernández y vidriola.

El comerlo es un rito, una ceremonia en que estás rodeado de algunos creyentes y varios escépticos que reniegan de la posibilidad que carne que no haya sido sometida a temperatura pueda considerarse comida. Así es que el disfrutar de uno tiene que ver con la memoria (como no?), pero no en el sentido de recordar algo, sino en el que es imposible retener todo y que para seguir adelante debemos dejar ciertos detalles de lado para sólo quedarnos con la generalidad de las cosas.

Si alguien pudiera recordar cada detalle se volvería loco perdiendo la perspectiva, el sentido de belleza y la capacidad de amar a alguien, pues para las tres cosas se necesita omitir, pasar por alto, perdonar en definitiva, en pos de algo superior, algo a otro nivel, algo que subyace más allá del mero detalle de la cotidianeidad.

Lo mismo cuando comes ceviche, el detalle de que estás disfrutando de pescado crudo se pasa por alto en pos de disfrutar del sabor que tienen esos trocitos adobados y macerados con ácido cítrico. A propósito, una de las cosas que más extraño son los limones frescos, acá hay pescados al por mayor para hacer ceviche, pero no hay limones.

Nunca, nunca es posible tener todo para estar completamente feliz. Ni siquiera con el ceviche

viernes, marzo 10, 2006

Sueño

Un sueño profundo, intenso, tremendo, un sueño que llega a asustar por lo fuerte con que te golpea. Te da tan fuerte mientras navegas que podrias caerte por la borda si antes no te aseguras de estar en un lugar bien pegado al piso del bote. Si llegas a rendirte por un rato, sientes que todo gira, y seguro te duermes, no hay caso.

Después de que resistes, o simplemente caes, ya sea por mareo, sueño del dia anterior, o por el efecto que te producen pastillas como Mareamin o Bonamina, el trabajo. Unas 5 horas consistentes en pescar carnada, buscar boyas, rescatarlas, recoger y lanzar cabo, izar trampas, sacar la captura, contarla, medirla para luego limpiarla y finalmente asear el bote, baldeando y fregando todo.

Entonces da hambre, mucha hambre, y te comes unas lentejas calentadas en el caldero, un tubo de lata con hoyos dentro del cual pones leña y que enciendes con un poco de bencina que sacas del bidón plástico de la reserva del bote. Eso es a veces, porque lo más típico es tomar un cangrejo, abrir su caparazón, sacarle todo tipo de líquidos y sustancias extrañas, dejando únicamente un tipo de sustancia extraña de aspecto poco apto para corazones y espíritus sensibles, luego le agregas cebolla picada, sal y limón, revuelves, dejas reposar, y tienes salsa de cangrejo que te comes cruda con pan.

Luego sigues y sigues navegando, entonces de pronto, el trabajo está terminado, y miras alrededor. Entonces ves la vida que llena el mar, manadas de ballenas piloto, tiburones, delfines que surfean aprovechando la energía de alguna ola, cachalotes y todo tipo de pájaros, fardelas blancas, grises, albatros, golondrinas de mar y petreles.
Y continúas adelante, mientras tanto, el sol se cuela por cualquier lugar, el azul se hace cada vez más intenso, el cielo se hace más y más alto pero al mismo tiempo más cercano. El calor quema inclemente la pintura mientras un olor insensible, mezcla de madera mojada, humedad, sal y algún crustáceo indefinible llena la nariz y te acostumbras al zumbido del motor fuera de borda hasta que desaparece del oido, de tu mente, del paisaje, y de pronto, sólo quedas tú acompañado de la libertad, la libertad que te da el mar.

20:30 hrs

El mar en las tardes tiene un sonido opaco, sordo. Más que el mar, es el golpeteo de las pequeñas olas de la marea baja contra las piedras que llenan la orilla y que se enfrentan a la concreta indiferencia de los pilares del muelle.

A esa hora, la luz comienza a irse y se agazapa escabulléndose entre cerros y nubes, mientras tanto, todo en el cielo gira en un torbellino que no se detiene por nada y ante nada. Generalmente sopla una brisa, suave, tranquila, con la levedad del escalofrio que entrega un susurro. Todo entonces está más quieto, el silencio se mete en los huesos, en el alma de todos, estirándose como las sombras, como la angustia, y el cielo se incendia una vez más, mientras las pupilas se adaptan a la oscuridad progresiva de la noche que te abraza.

Entonces, es posible ver fantasmas, oirlos, sentirlos. Son los espectros de momentos pasados que rondan entre los muelles, como mujeres desoladas, devastadas, que esperan vanamente el regreso de naves que no recalarán nunca más. Se meten en la piel, mientras los escalofríos que sientes no son más que intentos inconscientes de espantarlos, de enviarlos lejos de tí.

Entonces sólo hay una escapatoria, abrirse el pecho y arrancar todo de él, cada órgano, cada víscera, cada átomo de dolor y culpa. Vaciarlo en una carrera contra una parálisis progresiva, exorcizando fantasmas, recuerdos, errores y demonios. Sólo una vez que esté completamene vacío, limpio, la estaca de madera que se entierra en tu alma empieza a dejar de doler. Luego, con el correr del tiempo, comienzas a llenarlo de nuevo, en una tarea ardua, improbable, imposible a veces, necesaria siempre. Y mientras tu pecho se recobra lentamente, y tu espíritu sana con una lentitud que desespera, la más oscura hora comienza a irse, despunta el alba, y el día comienza para quien quiera verlo nuevamente.

jueves, marzo 02, 2006

Invierno

Paloma aterida,
piel de escarcha blanca,
reflejo de invierno.

El silencioso frío te hace soñar,
acurrucada,
esperando, tendida en la noche.

AMANECER QUE NUNCA CESA DE LLEGAR

Son cuatro rosas rojas, entrelazadas como brazos,
abrazadas a tu cintura, selladas en tu piel,
las que esculpen tu silueta,
··········································viento que dibuja la orilla,
hipérbola perfecta,
despertar de trinos, brisa, de luz invernal difuminada.

Mirada de luna llena, pelo flamígero,
······················································aluvión cerro abajo,
siempre huracanada,
siempre sísmica,
siempre bocanada de aire fresco en la ciudad gris del día a día.

El cráter

Estamos en medio de un cráter. Sí, el pueblo fue levantado en una chimenea volcánica, cuya mitad está bajo el mar y el otro pedazo está a espaldas de las casas. Para quien piense que está extinto, le tengo noticias, en 1835 hubo una erupción en medio de la bahía que provocó un maremoto que hundió al poblado bajo el agua, pero desde entonces no ha vuelto a suceder nada, al parecer el genio se ha portado bien permaneciendo callado y tranquilo en su botella.

Y no es que me cause mucha gracia el saber que duermo todos los días en el cráter de un volcán, pero confieso que el tener conciencia del peligro tiene un lado algo estimulante, tal como bucear con tiburones, fumar, lanzarse en bengi, comer comida chatarra, viajar en un bus de la locomoción colectiva, algo que no hago hace tiempo, puesto que acá no hay buses, de hecho hay apenas tres calles, o simplemente vivir en Chile, país sísmico rodeado de volcanes en donde todo es frágil como un segundo. En todo caso, ¿como no acordarme de "Krakatoa"?, una película en blanco y negro, esas de tipo apocalíptico, como Aeropuerto o Terremoto, que proliferaron en los años setenta y que pasaban mucho en la censurada y aburrida televisión de los años ochenta.

La película mostraba el desastre ocurrido en la isla de ese nombre cuando, según leí en algún número de Digest Readers, al hacer erupción el volcán, el mar se filtró por una fisura, contactando el magma, lo que produjo una explosión que destruyó todo, bueno casi todo, y generando un maremoto mayúsculo. Recuerdo que en la película se veía que solo las palmeras (obvias miniaturas plásticas) sirvieron de salvación a la gente que atinó a subirse arriba.

Pero acá hay pocas palmeras, y no debe ser fácil subirse a una, al final, pareciera que uno no puede estar tranquilo en ningún lugar, siempre es como que algo acechara en la oscuridad, un tigre en la noche dispuesto a saltarte al cuello, que toma forma de asaltante, gripe aviar, juguetes con tolueno, ondas de teléfonos celulares cancerígenas, colesterol, fiebre aftosa, meteorito o erupción volcánica.

Tiger, tiger
shining bright
in the darknes of the night


Quizás sea cierto, uno no puede estar tranquilo en ninguna parte - ¿y qué?, la intranquilidad es finalmente el motor de nuestras vidas, la que nos debiera mover a la búsqueda, no al temor. La tranquilidad y la intranquilidad que da miedo son para los viejos, aquellos que tienen los medios para hacer cosas pero ya no tienen ganas de hacerlas.

Así es que nada de "Krakatoa", mejor "Viaje al centro de la tierra", de Verne, con descenso y escape por un volcán, el Stromboli, creo, pero con excursión de descubrimiento incluida, como en casi todo lo de Verne. El francés intuyó que para lograr salir, elevándose, hay primero que descender, ir cuesta abajo en la rodada, y una vez que te detienes, el reto, la gracia, es subir de nuevo para llegar mucho más arriba, no todos lo hacen, muchos se quedan allá abajo, pero siempre el viaje es estimulante.

Guardando las proporciones claro,
tal como Sidartha en la montaña y Jesucristo en el desierto,
tal como Luke Skywalker en "Star Wars",
Rimbaud en Carta de un vidente,
Ernesto Guevara en "Diarios de Motocicleta",
Peter Fonda y Jack Nicholson en "Easy rider",
Dos compadres y una española guapa de senos increíbles en "Y tu mamá también",
Cruise y Kidman en "Un horizonte lejano",
en definitiva, tal como vivir en la profundidad de un volcán.

Y me decidí a descender al fondo de la tierra.
Y mientras bajaba hacia las sofocantes entrañas del planeta,
descubrí que ese viaje, el viaje de búsqueda al interior,
es el más importante, pues es simplemente camino, requisito ineludible, a la sabiduría.

Luna


Hoy la luna brilla sobre el mar.

Y hoy si puede brillar, no porque antes fuese opaca y ahora haya adquirido luz propia o reflejada, sino porque hoy estuvo despejado todo el día. Eso por un lado, pero por otro lado, también brilla porque antes fuimos al agua, en la tarde nadamos un poco hacia el norte, hacia el faro, cazando algo para la cena y otro poco para regalar.

Entonces, aquí estamos ahora, en el patio de la casa, junto a un fuego hecho con madera de eucaliptus dentro de un tambor rojo oxidado de 200 litros. Hay tres tipos de pescado a la parrilla, todos con sal y orégano, tres coca cola de algo menos de 1 litro cada una, y dos cajas de vino tinto.

Al lado, nuestros vecinos pascuenses, mas bien rapa nui, tocan guitarra de modo que suena como ukelele, también con un fuego, también con un tambor, pero sin tres tipos pescado, sin pescado en realidad.

Y la luna menguante brilla sobre el mar.

Mientras tanto luna, la perra labradror negra de la casa se revuelca sobre el pasto, y se acerca a pedir pescado, de cualquiera de los tres tipos, crudo o a la parrilla, da lo mismo. Nosotros no tenemos guitarra, menos ukelele, pero en la radio, suena Marco Antonio Solís cantando el tema aquel.
Miro al mar de vez en cuando, y me concentro en el brillo que se refleja en el océano, en el ritmo caótico con que se disipa y descompone con el movimiento de las olas. No hace frío, y creo que no es el vino el que abriga, es simplemente que hoy estuvo despejado después de una semana, y que la luna brilla sobre el mar, mientras luna, nuestra luna, le aúlla desde la terraza.