jueves, diciembre 27, 2007

Rimbaud

Foto: Francisco Máximo

A esa hora la brisa fresca parece más delgada, en nada parecida a ese aire de oficina tibio y viciado, el mismo que pareces cortar mientras te deslizas rumbo a una nueva reunión para discutir otra vez lo que has discutido tantas veces antes.

Esa hora de ranas está apenas rayada por el alba que emerge tras los cerros al oriente, la misma que entrega tonalidades a las quebradas llenas de helechos, chontas y plantas sin nombre, aquella que aclara el verde oscuro que corona los cipreses en el camino de tierra que lleva a la playa de piedras y grava.

Hay silencio en ese aire frío, y la casa rosada con ventanas de madera con una higuera en su patio parece dormir.

Sólo los viejos caminan a esa hora, van rodeados de perros, en silencio, descendiendo desde los cerros, observando el culebreo de las olas contra el horizonte. Ellos cargan cabos, boyas, comida preparada por sus mujeres, y la oculta ansiedad de dejar la tierra para abrazar la libertad del mar. Los viejos van callados, alguno con un cigarro encendido entre los dedos, arrastran el sueño incompleto mientras caminan a esa hora cuando el aire es delgado, frío, y cantan las ranas junto a los esteros.

Y justo a esa hora en que entras al mar, éste te trae la paz de no esperar nada, pues ya sólo basta abrir el surco entre las olas. Entonces sólo lees el eterno y ebrio movimiento del océano que impregna la madera de ciprés arañando la quilla, palpas la madera húmeda sin pulir de las recalas, y afrontas paso a paso el camino que nunca existió, buscando la ruta que nunca se ha perdido. A esa hora de brisa fría, cuando el rayo verde que anuncia al sol huye de la pupila que lo busca, a esa hora, en ese lugar, sientes que no todo se va, que el duelo no es eterno, pues simplemente, todo, todo va hacia el mar.

A l'aurore, armés d'une ardente patience, nous entrerons aux splendides villes
Y a la aurora, armados de un ardiente paciencia, conquistaremos las espléndidas ciudades.
Rimbaud.

miércoles, diciembre 12, 2007

Verde

La muralla amarilla, imperfecta, luce horadada por la interrupción que le regala una ventana. En ella, en su fondo enmarcado por cuatro aristas, chapotean las distintas versiones con que puede componerse el verde, confabuladas para interrumpir su superficie fría, como al paso un tropiezo.

Y es esa ventana la que simplemente saca, transportando, siempre a una realidad que no es la dibujada por el aquí, el ahora o la monotonía, a una impregnada de olor a brizna cortada, del aroma que exuda la tierra, con el telón que regala la atmósfera saturada de la luz luego de rebotar en las olas con insistencia.

Borrar dicha muralla, traspasarla, derrumbando el muro que constriñe de amarillo aquel paisaje en verde, sería disolverme en tu boca mientras musitas mi nombre, dar sentido a las palabras, ahora simple aire exhalado e inhalado en un juego sin cesar. Y en la arena este verano, cargando calor en cada grano para disiparlo entre los dedos, con la finitud de una huella borrada por la espumosa resaca penetrando la orilla, alguna jornada tal vez adquiera sentido, para así volver, y caminar tranquilo sobre algún monte, sembrado de simple y todo, todo verde.

Verde que te quiero verde.
Verde viento verde rama.

martes, noviembre 13, 2007

Aquí

Foto: Francisco Máximo

Ya son más de las once, de lo contrario, no habría marea baja, el mar no estaría con esa tranquilidad adivinable en la oscuridad, y el suave crepitar de su caída sobre las piedras no sería la impronta que rubrica el día que se fué. Hay luna llena, y el mar se retiró descubriendo piedras acunadas y negras, rugosas como lijas.

La luz blanca, cruda, se escurre bajo cada árbol y cada hierba. Delinea la tierra, envuelve el agua de celofán, deambulando, penando como el más falso o el más cierto de los recuerdos.

Cantan los grillos y sopla la ventisca subiendo desde las olas. El calor sofoca.

Tembló fuerte hoy, derruyendo certezas, como siempre, desde siempre.

Y ahora la noche es un augurio escrito en el cielo sancionado por ladridos. La oscuridad, un parche negro clavado en la tierra. Es el calor y el viento que viene con él lo que inquieta, pues insinúan solapados que todo se sacudirá otra vez.

Te miro, y deslizo tus dedos entre los míos, adivino tu inquietud mientras el mar parece en espera bajo la luz de la luna. Y en silencio te digo que nada importa, que da igual si todo se arrasa o si el viento cálido cargue agobio.

Puede temblar nuevamente cuantas veces quiera.

Quizás se sacuda la tierra fuerte, y baje un alud arrasando, desrraizando esperanzas. Puede desperdigarse un torrente de piedras desde los cerros grises, amarillos y azules, o hacer que las olas se desparramen en la tierra.

Eso siempre lo supimos, por eso, da igual.

Tan sólo interesan el estar aquí, y nuestro intento permanente. El saber que cuando la tierra nos regale nuevamente un paréntesis de certeza momentánea, de algún modo u otro, caminaremos juntos, y volveremos a intentarlo nuevamente.

domingo, noviembre 11, 2007

34

Es de mañana.

Desayuno al mejor ritmo, ese que transcurre a toda pausa, mientras saboreo un chocolate con leche y tostadas. El día está brillante, y suena Violeta Parra en la radio.

Todo está bien, la mañana, el instante, el pan tostado, los saludos de los amigos de aquí y de allá.

Hoy cumplo 34, y con la mañana de sol, las preocupaciones, y lo que no fue o no ha sido, no tienen la menor importancia. Así que, mientras disfruto el desayuno, tengo la seguridad absoluta que sólo vale el aquí y el ahora, pues el resto no es más que un atado de posibles que domirá un buen rato, y se perderá esta mañana de Domingo, brillante y despejada, la mejor mañana para saborear tostadas, beber tranquilo un chocolate con leche, y cumplir 34.

miércoles, octubre 31, 2007

Soda


Hoy canta Cerati.

Y lo hará esta vez en Ñuñoa, en un lugar donde ya lo hizo hace unos días atrás, en un escenario distinto, pero igual al que lo hizo cuando cantó en Nuñez.

Hoy canta Cerati, aunque en verdad toca Soda, y no tengo entradas para ir a verlos. Pero seguro que cuando estén sonando en ese escenario que se yergue en el interior de un estadio ubicado en un lugar que lleva por nombre Ñuñoa, pensaré en los temas que quisiera escucharlos tocar.

Tal vez, con unos jeans de color indefinible, y jugando a encender y apagar un encendedor, pensaré en una sucesión de nombres como El Rito, Hombre al agua, Luna roja, Séptimo día, La ciudad de la furia, Signos, Trátame suavemente, y claro, en La cúpula.

Y luego, en una de esas, me tenderé en el piso, esperando ver llegar la noche. Para cuando la oscuridad me rodee, la recibiré susurrando Prófugos, cantando justo ese pedazo que dice que no tenemos donde ir.

Y ahora que lo pienso , tal vez me acabo de acordar que hoy toca Soda pues no olvido que faltan 11 días. Entonces llegará el día aquel que ahora mismo preferiría no llegara, en donde ya no tendré más 33, y tendré más ganas que nunca que, simplemente, juntos seamos prófugos los dos.

miércoles, octubre 24, 2007

Mónica

Foto: Luis Sotomayor

Hay un soplo ambiguo en este día que comienza, es una jornada desteñida, empapada con el sopor de una mañana de provincia. Apenas, algunos trazos incompletos bosquejan la idea de una ciudad celeste indecisa, que arrastra una madrugada que no tiene el ánimo de largarse del todo.

Esta mañana, beige sin duda, carga la ambivalencia, la amarilla felicidad que trae la luz, contrastada frente a la realidad decolorada. Es que quizás este amanecer simplemente llama a acurrucarse bajo los destellos de un sol que despierta, pues no es más que una jornada híbrida de domingo trasplantada a la semana sin pausa.

- Discrepo.

En una mañana como ésta no hay ambivalencia. Al contrario, la tibieza de la piel es el contrapunto, la contradicción a cualquier día mediocre. ¿Sabes?, te lo diré de otro modo, es el momento en que quisiera sentir entre mi blusa el contacto de unos dedos, el roce tibio de labios que me ericen la piel, o unas suaves mordidas estratégicas, tendida sobre un campo abierto, verde y amarillo, sembrado de hortensias lilas.

- Mmmm. Sin cardos, supongo.
- Sí, y no me mires de ese modo. Tal cual, como esas que le dabas a la italiana.
- Quizás no era italiana, sólo hablaba italiano.
- No intentes confundir. Sé que era italiana, y apuesto la llamabas Mónica.
- No haré más declaraciones al respecto.

¿Entonces?, ¿te quedarás ahí con cara de militante obediente?, ¿o terminarás de una vez la charla, entretenida claro, pero más opaca que un ramo de caricias y bastante menos intensa que unos besos rojos como claveles?

- Tú y tus metáforas.
- Tú y tu italiana.

martes, octubre 16, 2007

Leone

Foto: Joao Luc

Luna llena.

Se asoma queda, entre los cerros, pintada en el cielo azul que se tiñe de negro. En el monte, la tarde se va con toda prisa, cediendo terreno a la oscuridad. Afirmo la rienda, y me muevo despacio para evitar resbalar quebrada abajo. Vamos en silencio, sólo se oye el sonido de las herraduras contra las piedras y el resoplido de los caballos que buscan instintivamente la huella.

Al fondo, entre las sombras, al fin vemos el carruaje gris tirado por dos caballos, y rodeado por cinco jinetes. Nos detenemos al borde del risco tras un boldo añoso. Respiro, y el aroma de sus hojas me recuerdan el té que servía mi madre puntualmente a las 7 de la tarde en ese tiempo que ya se fué. Adivino el brillar metálico de un cañon de escopeta a mi lado, semi oculta bajo un poncho negro. Instintivamente me llevo la mano a la faja, y tiento la culata del revólver mientras los caballos mueven sus orejas nerviosos.

La luna llena está en lo alto.

Nos movemos cautos buscando el paso más angosto de la quebrada, musita el arroyo a nuestro costado, y comienza el cantar de ranas y grillos. Llegamos al lugar, nos dividimos en dos grupos, uno a cada lado del camino. Bajamos de los caballos, y uno los retiene unos metros más atrás con terrones de azúcar entre litres y maitenes. El aire huele a bosta de vaca y a boldo, vuelan mosquitos, y el viento nos pega en la cara. Nadie habla mientras cargamos las escopetas, nos lanzamos al suelo y dejamos en él cada revolver.

Se acerca el caminar rítmico de los caballos y el chillido del girar del eje del carruaje, al frente, dos jinetes, otro al costado derecho, y dos atrás. Uno de ellos enciende un cigarro, y alcanzo a ver su barba cobriza en el preciso instante en que traspasa la linea imaginaria que une nuestra posición con la del otro grupo. Nos levantamos de pronto, y sin decir absolutamente nada, disparamos juntos rompiendo la noche. Ellos a los jinetes, yo directo al carruaje por su costado izquierdo.

La luna está roja.

Como la canción, pienso, y agotado me dirijo del cuartel a mi casa por enésima vez, mirando de reojo el mar negro. Día viernes, mientras miro por la ventana las calles que comienzan a llenarse de chicas que visten falda corta y medias oscuras golpeando rítmicamente sus pies contra las aceras para entrar en calor. Detenemos el furgón, cumpliendo el rito de revisar sus documentos, y partimos nuevamente entre las ondulantes calles que trepan el cerro. Bajo a dos cuadras de mi casa, en el lugar más angosto de una antigua quebrada donde alguna vez musitaba un arroyo. Me despido, me saco la gorra, arreglo mi camisa y camino, mientras allá abajo las chicas de falda corta y medias oscuras mueven los pies para entrar en calor.

Al llegar, golpeo las botas contra el suelo para sacarles el barro, amarro mi alazán color tiza y noche, le saco la silla y me la echo al hombro, mientras en la otra mano aprieto mi winchester aún teñido de pólvora. Abres la puerta, siento tu olor, me abrazas fuerte, y mientras beso tus brazos y muerdo suavemente tus hombros, me tomas de la mano y me conduces adentro susurrándome al oído, io ti voglio benne caro mio.

Questa macanza me fa amare di piu. No posso essere senza de te, ma sono convinta de sono in te. Debiamo essere insieme dopo essere persi in questa lontananza.

miércoles, septiembre 19, 2007

Cueca

Nos separan dos jarras de vino pipeño con helado de piña. Dicen algunos que tiene una pinta de amaretto, pero no hay consenso al respecto. El acuerdo sólo se alcanza en que el terremoto está tremendo, y que sin las jarras de vidrio angulado, junto a las de tinto vacías, la mesa se vería indiscutiblemente más fría. Después de varias cuecas, algunas rancheras y dos cumbias, sintiendo ahora sólo la percusión que lleva el ritmo del local, escuchando canciones que hablan de quiltros, a la luz de la charla, del brillo sociológico de tu sonrisa y de tus conceptos militantes, hablamos de Teillier, y menciono a Chihuailaf, de esa poesía que puede haber al terminar la noche, como la herrumbe que enmohece inevitablemente el instante que ya se fue de las manos.

Me mira, me dice:

- Seguro que bajo la cáscara de lo que percibimos como realidad, subyace una verdad oculta. Basta andar un poco, observando tranquilamente, para que se revele un mundo distinto, un océano de relaciones despreciadas y olvidadas en medio de la monotonía, en la maratón por la última oferta y el llame ya, en la carrera que te venden como la única importante, la de sobrevivir sin pensar, sólo para transformar oxígeno en dióxido de carbono un día más mientras consumes.

- Si lo piensas un poco, la obsesión por la apariencia se origina por completo en ese envoltorio, pues estar sólo ahí calza plenamente con la aspiración de la caricatura del pequeño burgués, esa acomodaticia, mediocre, basada en la exclusiva necesidad de generar lucro para mantener su existencia orientada por la aspiración por poseer cosas, sin huella alguna de espiritualidad verdadera, cuyo concepto de humanidad cae en el estrecho círculo formado por el yo y su entorno familiar inmediato.

Y me parece más atractiva mientras agarra los palillos para ensamblar, tejiendo conceptos, nociones. Más provocativa cuando se lanza, inspirada en la casi imposible tarea de traer al mundo una idea nueva.

- Comparto eso, digo. Entonces nada más lejos de la realización de las personas que me parece, supone acercarse a ser lo que han soñado para su vida, y que por ende, tiene como requisito la capacidad de evocar, imaginar que hay algo más allá de lo que la supuesta realidad te brinda. Aspirar a algo más que adquirir el último modelo de televisor de plasma, digamos.

Enciendes otro cigarro, y asomas una leve sonrisa. Un rato pequeño en que nada que esté fuera de él importa mucho, pues está olvidada y superada la sensación de angustia que invade cuando descubres ya tranquilo que te has marchado una vez más de algún local pintado de noche, de 18 por ejemplo, con botellas y jarras, cueca bailada sin saber cómo, músicos vistiendo de riguroso negro, cantantes de boleros parecidos a Angus Young, y las notas de cueca urbana de un acordeón que alegró la noche con sus matices de blanco, negro y rojo.

sábado, septiembre 08, 2007

Blake

Foto:Luis Montemayor

Habíamos decidido tantas cosas. Claro, tantas y tan pocas, con esa contradicción que siempre parece cruzar todo lo que tienes planeado para terminar bajo el sino del modo distinto, de aquella manera impredecible que llaman la menos pensada.

Todo se resume quizás en septiembre, este mes cargado de bienvenidas y de ceremonias del adiós, que no dudan en quedarse para dar vueltas aquí y allá, impulsadas por el mismo viento que comienza a barrer la ciudad sin cesar. Pensándolo un poco, tal vez sólo estamos enceguecidos bajo la nueva luz, pues el invierno nos acostumbró a esa penumbra de frigorífico, al frío que abraza como el barrial grisáceo que enloda el reposo de los botes en Quellón.

Y aquí estamos, a dos días una vez más, llenando momentos de significados pasados, luchando por plagar las jornadas que vendrán de pinceladas y matices nuevos, bajo la luz del equinoccio cargado de hortensias, zorzales y chincoles. Un paso más en el eterno renacer, del modo como William Blake lo delineó un día de 1789.

"No poseo nombre: pero nací hace dos días."
¿Cómo te llamaré?
"Soy feliz. Me llamo alegría."
Que el dulce júbilo sea contigo!

lunes, agosto 27, 2007

Los momentos

Foto: Sofia Bras Monteiro

Poco a poco, paso a paso, apenas marcando sus huellas en la tierra fría. Ellos van mudos, olvidando sus nombres, caminando con su rostro limpio y su mirada ancha como amanecer.

Como nadie, como todo y todos, ellos se alejan quedos, derivando en la marea del tiempo. Es inevitable su partida, pese a los deseos por detener su marcha sanando la pequeña herida que dejan sin cesar.

Se van, y quiero pensar que es para buscar otros soles, observar algún amanecer rojo, o desafiar, dando la cara, alguna marejada viva.

Se van, y quisiera verlos alegrando otros días, entrando a los puertos azules de los abuelos que se fueron.

Se van, y los imagino sintiendo la tierra negra mojada de esos pueblos lluviosos, verdes y grises.

Y viéndolos irse sin remedio, simplemente espero, confiando en un para siempre, uno que los que traiga de vuelta, o que al menos, haga que dejen de marchar.

Un para siempre que dibujo hoy al calor de una sopa, de una brisca con vino tibio en esas perdidas tardes de familia. Uno que tenga la sencillez, la calma persistente y la escasa eternidad de un bosque de cipreses, alerces, mañíos o coihues.

jueves, agosto 09, 2007

La cura

Foto: Sandra

Quizás era escuchando The Cure cuando en verdad nos dábamos cuenta de que al fin y al cabo había cosas que sí podíamos compartir. Y no es que el timbre de voz de Robert Smith fuese particularmente dado para viajar juntos por la vida, sino que constituía el atisbo de un cúmulo de imágenes y sonidos en común, formados sin duda durante nuestra niñez gracias al apetito voraz por estímulos televisivos.

Seguramente se trataba de eso, el remedio de compartir códigos generacionales, los que por ejemplo nos permitían saber en seguida que era un personal stereo, que un betamax era distinto a un VHS, o entender como lo más natural del mundo que aún guardábamos cassettes con cinta metálica o de cromo, sin duda los mejores para escuchar temas como Lullaby, High o Close to me.

Al encontrarse después de tanto y tan poco tiempo, fue exactamente lo mismo, ya sabes, esa sensación de no haber dejado nunca de conversar, que hizo que volviésemos a hablar como lo hacen quienes se conocen toda la vida, como si hubiésemos estado comiendo papas fritas con mayonesa, ketchup y pimienta frente al televisor, hace mil años atrás, riéndonos mientras Mr. Smith, en un video clip de bajo presupuesto, uno con palmeras, nieve, focos, y mucho, mucho viento, cantaba Pictures of you.


Nirvana era un caso aparte. Era de esa etapa fugaz que creimos duraría mucho, y en donde la música parecía redescubierta al ritmo de guitarras de sonido crudo, con camisas de franela tipo leñador, en un tiempo donde Smell like teen spirits era la dosis precisa de adrenalina para despertar luego de una noche de mal dormir. Ese rato era de desgarro, a lo Lithium, de chalecos de lana con los puntos corridos, de jeans gastados hasta la transparencia, y de una chaqueta que odiabas que usara hasta ese día en que se le cayó una manga mientras la lavaba. Momentos intensos, de invariables salidas al mar en invierno, en donde el océano lucía verde, oscuro, como una crema de arvejas recién cocinada, o como el último lugar en donde locos como nosotros tendrían la ocurrencia de entrar a pasarlo bien bajo la lluvia.

Es que Come as you are tenía un sabor reivindicatorio, democrático quizás, un llamado para que simplemente fueses como quisieras ser porque había espacio para todos. Y bueno, convengamos que un espacio para todos sólo tiene de común el hecho de que es soñado por muchos, incluso por desquiciados que eran capaces de meterse al agua gélida un domingo de invierno por la mañana sólo por la posibilidad, por la promesa de que tal vez, pese al dolor del agua helada que recorría tu espalda y tus huesos, podías ser inmensamente feliz si el mar te quería en él.

miércoles, agosto 08, 2007

Santiago


Nieva.

Y el frío intenso parece disiparse sólo por un instante gracias a la belleza momentánea que redime a una ciudad de rostro y manos ajenas. Desde el lado contrario de la ventana, la cubierta blanca simplemente transporta a un momento mágico por lo inesperado, sencillamente delineado por la cadencia discreta con que un copo busca llegar al suelo.

De la otra cara del vidrio el frío es crudo como siempre, y la nieve no es más que un aliento compasivo, la bella mortaja con la cual cubrir los dolores y la quemadura con que el hielo muerde la piel.

Nieva.

Y no hay mayor contradicción que cuando alegría y dolor juegan de la mano, con la simpleza y espontaneidad de una emoción que no puede ser contenida por más tiempo. Nevar entonces no es más que un arrebato, uno que llega de golpe para indicar con toda levedad que pueden convivir en armonía dos apectos en apariencia tan contradictorios como el fuego intenso de la alegría y la marca indeleble de la pena y el dolor.

jueves, agosto 02, 2007

Canarias

Foto: Ricardo Araújo

Hay un incendio allá afuera,

Uno que sacude, quemando la tierra,
despreciando el frío que intenta acallarlo.

El fuego que arde allá afuera es insensible a cada ruego,
aplasta, devora y carcome,
tragando tu frío, tu rabia y tu propio fuego,
escupiendo brutal, ceniciento.

Hay un páramo tras ese fuego que arde allá afuera,
lo sigue encerrado en su mutismo,
con impertérrita marcha y resignación bovina.

Destrozando camina,
borrando con brasas cada inútil súplica que se opone a su brutal machacar.

Hay un incendio allá afuera,
es un zumbido de flechas,
un crugir de chicharras,
una nube de langostas,
un estertor de bosques degollados.

Se despliega en la tierra con su pecho negro
y sus rojas alas.

Ese incendio que está allá afuera llega incontenible,
irredento planta cada paso.

Simplemente viene por ellos,
viene por nosotros,
simplemente viene por todos.

martes, julio 17, 2007

Kábala

Foto: Francisco Lopes

Oscurece, sopla una brisa cálida, extraña para el mes de julio.

Inevitablemente la sed acorrala, mientras resuena la voz aguardentosa, raspada y cancerosa de Sabina. Dirijo los pasos a la barra cubierta de piedras coloreadas, haciendo el quite a las mesas con pálidos manteles plásticos, para pedir una jarra de vino tinto tibio con naranja, azucar y canela.

Todos fuman, incluso quienes no tienen un cigarro encendido en la mano. Muchos hablan, mientras un resto escucha y los restantes simplemente se pierden en el zumbido monocorde de palabras cada vez más incoherentes mientras la noche toma posesión del día.

Suena La Bifurcada. Saco un cigarro y lo mantengo entre los dedos sin encenderlo. Me hablas de algo que no logro captar entre la voz de Adrián Otero, las risas y el humo del cigarro.

- Es que el mundo en verdad es sólo ilusión, alcanzo a escucharte.

Y te miro preguntándome si el cigarro, el vaso angulado con la impresión de una huella digital en él, las risas, Memphis la blusera, incluso tu y yo, entramos en la categoría del mundo de las ideas. No digo nada, y me sumo al coro,

Si te vas, no, no, no me voy a matar.


- Yo quería ser Madonna.
- ¿Madonna?!, o sea, ¿Madonna-Madonna?
- Sí, ella misma. Me gustaba usar medias rotas y me ponía gel en el pelo para hacer coreografías con mis amigas.

Disimulo para no sonreir, y te miro de reojo las piernas, imaginándolas con medias rosadas de diva pop, cuidadosamente cortadas para parecer casualmente destrozadas.

- Nunca entendí porque las mujeres querían ser Madonna.
- Es que ella es lo máximo, es como la super mujer, y además, por Sean Penn.
- ¿Cual es ese?, ¿uno parecido a Al Pacino? pregunto, recordando al actor de Mistic River.

- ¿Ves?, no se puede hablar contigo, nunca te tomas algo en serio. Al Pacino es un viejo que ya era viejo cuando salió en Scarface, cuando hacía de cocinero con la Michelle Pfeifer de mesera en esa pelicula con música de Debussy, o cuando bailaba tango de ciego peinado hacia atrás con una niña. Nada que ver con Sean Penn.

- Bueno, tu empezaste. Dijiste que querías ser Madonna.
- Eso era en serio.
- Ajá.

La brisa tibia se fue hace rato. Tomo algo de vino, el navegao está genial, calienta el vaso entre los dedos, haciendo menos fría la noche y menos tirante el silencio. Te pones de pie de improviso.

-¿Adonde vas?.
-A mi casa, sola.

Y te largas rápido del local coloreado por mosaicos, partituras, rayados y pinturas, con tu andar y tus piernas de chica material, mientras sigue resonando el blues sobre el murmullo de zumbidos monocordes.

Pienso si acaso en verdad todo es ilusión, y si en el mundo de las ideas las palabras tampoco salen cuando no hay ganas de que sean pronunciadas. Prendo el cigarro sólo para apagarlo de nuevo. Ya subió la luna hace un rato, y ya bajó el frío hace un poco, ese que no impide unirse al coro de La Bifurcada, para volver a cantar con Adrián Otero, una noche cualquiera, en un local con una barra de piedras coloreadas, entre las mesas cubiertas por pálidos manteles plásticos.

martes, julio 10, 2007

Bandada

Foto: Alberto Monteiro

Simplemente, todo quedó en el pasado.

Sí. Las urgencias, aquellas prisas, esos momentos perdidos que extrañaste o te saltaron al camino desde una esquina, una acera, o algún recoveco semiescondido.

Todo debía ordenarse tal vez, quizás estaba escrito de ese modo. Resultó después de tantas vueltas que pocas cosas en verdad eran tan importantes, o al menos, que el deseo de seguir era más fuerte que todo aquello que te retenía atando los pasos.

Es que todo quedó atrás, en el recuerdo que se elevó con desorden de bandada, sin aviso alguno, para hacer liviano el pasar y abrir la huella. Y mirando las palomas, sentado en algún banco junto al camino, lo dices tranquilo, con toda paz, saboreando el rato, sorprendido por esa revelación que te haces a tí mismo sin más ni menos.

Es que ya lo sabes. El momento que esperaste hace mucho ya llegó, y simplemente, todo quedó atrás.

lunes, julio 02, 2007

Ajiaco

Foto: Francisco Maximo

Oscurece, y te miro entre el vapor que despide la sopa caliente. Sin que lo notes, te observo callado, mientras se enfría lenta la tarde que nos rodea. En silencio ese espacio vacío ente los dos, en ascuas el viento afuera, ese flujo amarillo que baja implacable, intermitente, sólo para desperdigarse sin rumbo en la bahía.

Esperando están más allá las olas. Se escurren sus aguas, deslizándose tenues entre la grava que bordea la orilla, frotando las algas sembradas en las piedras porosas acurrucadas silentes como fardelas.

El caldo entibia, mientras cada instante transcurre despacio, iluminado por la tenue luz que acompaña tu silencio.

Sabes bien que me calma esa quietud tan tuya, el contraste de tu mirar con el desorden permanente de tu pelo negro.

Sabes bien que esperé este silencio mucho tiempo, este que cae sobre nosotros mientras nos comunicamos sin más. El sonido quedo en donde decir algo sobra, mientras estamos concientes de que permanecemos unidos simplemente por la hebra invisible que une tu extremo y el mío.

Entre el aire que se dibuja en el vapor que emerge de la sopa caliente-digo yo.

O al ritmo de un vals para una noche-dices tu.

Y mientras mi cuchara acaba con el útimo rastro que permanece en el plato, no digo palabra alguna, y me doy cuenta que tienes toda la razón del mundo.

domingo, junio 10, 2007

Todos


Foto: Alberto Monteiro

Ese extraño mar de junio luce terso y turquesa, contrasta con la negra arena que lo contempla desde la vereda de enfrente durante el mismo mes.Y aunque eso pareciera, quizás no es lluvia lo que cae, posiblemente sea sólo una gota de dolor, una que preferimos no nombrar ni mencionar, pero que sabemos reposa en el fondo de las aguas. Tal vez en verdad es sólo una marca de despedida, un recuerdo y una huella que decidió dormir acurrucada, pues prefirió arroparse oculta bajo las olas.

Llueve sobre mojado tal vez, y entre la cortina que cae desde lo alto, brilla esa multitud de rostros tranquilos con entereza bajo la llovizna persistente, todos dando la cara, enfrentando el agua que desborda. Tres, cuatro jornadas, una sucesión de silencios extraños, tiznados de resignación, de espera, días que parecen años buscando para encontrar esa huella, esa que yace en algún rincón, cubierta de un cielo líquido turquesa cualquiera de estos días de junio.

Esperaremos ese día,
aquel que nos une,
ese en que todos estaremos nuevamente riendo en el mar.

sábado, mayo 26, 2007

Junio

Foto: wweeggee (http://www.fotopunto.com/17926)

No hay mucha originalidad en los pasos, lucen repetitivos, parecen posarse una vez más en el mismo camino recorrido mil veces en esa huella que lleva a casa. Quizás el frío se ha ensañado este mes que comienza, adormeciendo las ideas, la originalidad, o tal vez, simplemente se ha dedicado a lo suyo, infiltrar cada instante, adelgazar el aire para que logre entrar invariablemente frío a los pulmones.

En ese rápido transcurrir entre la brisa intensa, la ciudad parece absorber, callada, oscura. Recordando, evocando, similar a lo que era sumergirse en el mar de Chile un día de junio, pero de 1995, un agua siempre gélida, una que mareaba al contacto con la piel, descontrolando la respiración, imposibilitando alcanzar la cadencia para así dirigirse a destino, y desatando de paso la furia, la rabia por arrancar, evitando la marca del metal frío en la piel.

Nadar entonces era una lucha constante contra el oleaje, era sentir la sal en la boca, bregando por mantener el control de los movimientos en una pelea solitaria, contrastante con el cielo eterno con su indiferencia celeste.

Caminar ahora, es dejar atrás rápido las aceras mudas para acercarse a casa y evitar la brisa que te mantiene aterido. Frente a la realidad de frío y prisa, ahora la imaginación es un regalo.

Antes, salía a la playa, feliz con la piel entumecida, roja de frío. Y aunque siempre está el mar, y aún está la posibilidad de ser tan loco como para nadar en él en invierno, hoy al menos, simplemente toco la reja negra para abrir la puerta, entro a mi casa, enciendo una estufa, y mientras se calienta la habitación, miro alrededor y sé que en verdad ya no es 1995.

miércoles, mayo 23, 2007

Contexto

Suena el ritmo de la noche, por alguna extraña y genial razón, el frío no es intenso hoy, parece sólo una bocanada de aire fresco que se filtra desde mar, o quizás del fondo de la tierra. Una bendición para liberarte y dejar atrás un día de trabajo.

La gente repleta el local, se mueven vasos, copas, botellas. El humo es el pizarrón donde las luces se dibujan apuntando al escenario, mientras las cervezas negras, rojas y amarillas usan su espacio para llenar las mesas de madera.

- Me hablan.

Y me concentro para escuchar, justo al lado de la guitarra electroacústica que suena, la risa de muchos y el silencio de pocos.

- Me hablan.

Pero no es fácil captar lo que me dicen, me llegan sólo palabras aisladas, las que interpreto y amalgamo para reconstruir frases, las ideas más probables en un contexto que ya me resulta más que familiar en una noche de charla, el intento y la ruptura.

Ahora cantan, se escucha un rumor plano de fondo, y dos guitarras dialogan en el escenario mientras desde una mesa un grupo grita en inglés que son marines. Miro mi vaso cervecero, lo aprieto un poco en la mano mientras mentalmente viajo a un lugar que no es ahí, noto entonces que todo es silencio, pues ya no hay música, menos aún el ruido blanco que llenaba el espacio segundos atrás. Bebo algo de cerveza, escucho las guitarras, imagino una sonrisa que no está, y recién me doy cuenta que me hablan nuevamente, en un contexto que ya me resulta más que familiar en una noche de charla, el intento y la ruptura.

viernes, mayo 11, 2007

Viernes

Foto: Alberto Montero

Como siempre, como tantas veces, estás callada, ausente más bien. En silencio, desconectada profundamente de todo cuanto te rodea. Te miro, con la inexplicable necesidad de decirte algo, con el perentorio mandato de vocalizar para así compartir la noticia que hoy me dieron.

Pero estás sumergida en el silencio inmutable de la rutina diaria, esa que yo mismo transité tantas veces antes, participando en la carrera desbocada para construir ese recuadro íntimo que aísla, protege, y blinda.

Sí, es cierto, quizás todo esto no es más que un viernes frío como pocos, cerrado en sí mismo, uno que palpita menos de lo que debiese un viernes. O tal vez es este invierno el debiera quedar atrás de una vez, relegado por el clamor de los pasos que a esta hora seguro desembocan en El Puerto, bosquejado en lo que queda del día por el pegoteo incesante de letras en el muro de la noche.

Viernes.

Entre tu silencio y el mío, me quedaré esta vez con un domingo, uno de sol bajo un cielo azul atravesado por la brisa, por el rumor del oleaje en las rocas de la caleta. Un séptimo día con botes tricolores durmiendo en la arena. Ese día, refrescado por las cervezas frías, acompañado de empanadas fritas, iluminado por algo tan simple como compartir a la luz de la alegría, es aquel que quiero traer a este viernes de despedida. Uno para contemplar tranquilo, cruzado por la contradicción de lo que se va y lo que queda, como tú, como yo, tan lejos tantas veces y tan cerca muchas otras.

sábado, abril 28, 2007

Errazuriz

Foto: Alberto Montero

Hace frío, ya es invierno en verdad, aunque el calendario se niegue a reconocerlo.

Y caminando por la vereda, esa junto al mar, esa con ríos de gente sin nombre expulsada de los locales obligados a cerrar, me doy cuenta que me gusta transitar contigo especialmente a esta hora. Es que a ratos, especialmente después de una buena salida, pareces adornada por la espontaneidad que te entregan algunos tragos de más, el enésimo cigarro fumado, la mezcla ininteliglible de música, charlas inconexas, miradas y caricias fugaces que consumimos por varias horas en algún sitio de nombre difuso.

Pareciera que estos episodios, ocasiones que inexorablemente se hacen cada vez más a lo lejos, gatillan la complicidad, la mejor conexión, esa tan difícil de definir siempre. Lo que sucede es que quizás lo nuestro no sea ni más ni menos eso, una sucesión porfiada de encuentros geniales en la que se intercala un mar de realidades empeñado en ahogar nuestros buenos momentos y promesas.

Pero que importa en verdad todo lo anterior, sabes bien que no son más que letras, frases extraña y misteriosamente ensambladas por una noche sin dormir, tal vez alentadas por el alcohol, o por esa sonrisa indescifrable e indescriptible que creas con toda la naturalidad del mundo cuando transitamos difícilmente equilibrados por alguna calle gris. Al fin y al cabo, quizás las palabras puedan crear un mundo, una circunstancia de bolsillo nueva para releer en algún momento de soledad profunda, pero bien sabes que nada, nada es más real que el estar aquí y ahora juntos, caminando por la vereda, esa junto al mar, esa con ríos de gente sin nombre expulsada de los locales obligados a cerrar.

sábado, abril 21, 2007

New York

Foto: Rocío Cabrera

Es de noche.

Resuena a lo lejos un apagado devenir, el ahogado rumor de pisadas silentes.

El frío te acicala bajo el pálido reflejo de la luna en la vereda. Las calles, semidormidas, desganadas pese al despiadado murmullo que las veja a cada instante.

Resuenan pasos sordos, acechan luces pálidas. Los hombres escapan, se rebelan, corren a casa o buscan un atisbo de luz al calor de una luminaria neón, de un cigarrillo aterido fumado de cara al viento helado que corta la piel.

Los sentidos se agudizan, el entorno se dibuja de la mano de tus pupilas dilatadas. Sabes que será pronto, no sabes donde ni cuando.

Un encendedor vacilante intenta dar fuego, entregar vida a alguna colilla olvidada en un bolsillo ajeno. La luz se ha ido, sólo queda el azuloso residuo de su pálido reflejo, el amarillo y angustioso trinar de un frío tunsgteno titilante en la sombra, la lucha perdida de antemano por la lana tejida que cubre tus dedos.

Las certezas se marchan, enhebradas por el eje en torno al cual giran tus brazos. Sólo recuerdos, amores e instintos persisten, aguzados por la oscuridad, por el frío resplandor del parabrisas encendido. Todo se va y sólo queda huir o rebelarse, hasta el último hombre, la última bala, el último aliento, el momento final.

Simplemente,

Es de noche.

viernes, abril 20, 2007

Camarão


El mar,
encerrado,
turbio esta vez.

Tibia sopa de incertezas movedizas.

El cielo,
abierto y libre.

Asertivo,
imparable,
determinado,
incontenible.

Refulgiendo y fraccionado,
besa el prisma infinito,
acaricia la orilla que sostiene los pasos.


Fogón de gritos rebelados,
flamígera presencia de silencios inflamados,
intensa mirada de una orquídea magullada.

En el borde, la espera.

VISLUMBRAR LO IMPROBABLE TRAS LA OBVIEDAD POSIBLE.

Paciencia infatigable por capturar un nuevo día,
por retener la vigilia prometida,
por despertar iluminado en el sol que alumbrará
la próxima mañana.

sábado, abril 07, 2007

Coincidir

Foto: Adolfo Dias

En rigor, en la vida sólo existe una dirección posible, hacia adelante. Es que lo que está por llegar, mundo a duras penas imaginado dentro una gama de imposibles, es un sueño que aún no ve la luz, una semilla que no ha germinado, una idea que sólo se asoma pues todavía vuela insustancial fuera de esta realidad de lo útil y posible.

Y así avanzamos, dando pasos a ciegas, tomando una incomensurable cantidad de decisiones a cada instante, mientras el tiempo pasa, o más bien pasamos con él. Es que el tiempo nos define, nuestras creencias, cultura, pues marca a fuego sentir que se acumula, y nuestra angustia radica en intuir que no existe, en el escalofrio de sentir que el tiempo somos nosotros.

Es que estamos en un mundo basado no en enfrentar, ni en darle sentido a su fluir, sino en su medición, en la descomposición de sus componentes, en el uso útil y eficiente de cada instante. Creamos una realidad que en verdad ama la velocidad, en donde el ritmo cansino, reflexivo, ha sido desechado junto a todo aquello que obstaculice nuestra diaria carrera acrítica, el trabajo por el trabajo, el dinero por el dinero, la confusión de los medios con los fines.

Esa diáspora que cada uno transita se inició en el momento en que nacimos, y es una hebra remendada y tejida a fuerza de desechar mundos, situaciones que no llegaron a ser nunca y que por lo mismo, no serán jamás. Es un proceso, el El fin en sí mismo, es descubrir el mejor modo de caminar, aquella manera que te hace sentir y dar felicidad.

A veces sin embargo, en muy raras ocasiones, ocurre algo. Tal cual puede caer un rayo sobre tu casa, ese solitario tránsito se altera frente a una coincidencia, y ahí, tiempo y espacio, momento y contexto, convergen. Es un rato agradable, uno que generalmente no sientes pasar, es un calzar de gustos, de sueños, es simplemente, un instante mágico que te hace sentir que tu camino ya no está solo. Sucede muy rara vez, es reconocerse en el otro, con grandezas, defectos, es romper todo secreto, para darte cuenta que, pese a las probabilidades, un rayo puede caer no una, sino dos, o tres veces en el mismo lugar.

sábado, marzo 24, 2007

Loncura

Foto: Francisca Ulloa

Entrar a Loncura es como entrar a México, o como se supone debe ser llegar a Tijuana, lugar donde nunca he estado, pero que asocio indefectiblemente a la palabra límite. Es que la luz, sin filtro alguno, cae perpendicular sobre la tierra, la que ante la mirada luce decolorada bajo esa lluvía que vela todo sin mojar, negando refugio alguno para el color o la sombra.

Un camino de tierra flanqueado por pinos, la llegada, algunos sitios baldíos, ropa tendida al sol, uno que otro perro de pelaje aglomerado o raza indefinible, y algunas casas pequeñas, de un piso, de colores claros, celestes o verde agua, intentando dar vida a un pueblo en silencio, orlado por cardenales mustios, visitado por gaviotas, por nosotros, y por esa nube de gotas que dejan las olas flotando en el aire tras el continuo vaivén que las lleva y las trae por siempre. La plaza, pequeña, en una siesta permanente, la playa, de arena fina, arrasada por el viento que se desliza por la bahía secando la boca, cegando el mirar.

En la orilla, los botes varados, la caleta, y una interminable playa formada por innumerables ondas de arena delineadas por un semicírculo de sombra.

Y el mar, eterno, permanente.

En ocasiones, entre las rocas del centro de la playa, ese conjunto que le da el nombre al lugar en una lengua viva semiolvidada, el mar se colaba intentando salir del lugar al cual fue asignado, se resistía a estar ahí, abofeteando el designio, advirtiendo que no estaba realmente condenado a permanecer en ese sitio.

En otras en cambio, cuando el pueblo me recordaba otros lugares, el océano adquiría un modo nuevo, borrando sus pequeñas rugosidades, y dando lugar a una onda suavizada, un mar glaseado, interpretado por un surfista observando atento desde la playa mientras espera su gran ola.

Es en esos momentos cuando el mar de Loncura parecía mágico. La luz rebotando sobre la superficie líquida, el ritmo de la onda acompasada, la mirada aparentemente cegada, el silencio abierto y el lacerante frío desafiado, simplemente te entregaban el mejor día, ese instante perfecto, aquel que te recuerda la felicidad de estar vivo, sin más motivo aparente que ese rato iluminado, vivido ni más ni menos, del modo en que tu eligiste hacerlo.

La mirada,
impronta.
Transporte celeste
al puerto azul que recorren tus pasos.

viernes, marzo 16, 2007

Retornar


Alguna vez, en otra vida parece ahora, me levantaba a las seis de la mañana para ir a la pesca. Y salir a la pesca significaba muchas cosas, por ejemplo, volver a las 7 de la tarde aproximadamente, feliz y agotado, luego de pasar el día entero en un bote de madera de 9 metros de largo, impregnado de un olor y una humedad indescifrable, luego de vivir separado por una delgada tabla del vértigo del hondo abismo.

Entre los otros significados que implicaba navegar, por lejos el mejor era la sensación de abandono. Un sentir dentro de uno que señalaba que al dejar atrás el muelle simplemente la vida comenzaba a ser otra, una distinta a la que quedaba en la orilla, ya que se estaba al fin en la patria de los libres, el mar.

En la nostalgia, podría decir que era una especie de abrazo, el preludio de aquel grande e intenso con el que volverías a tu pareja una vez cumplido el ritual del retorno. Es que navegar era un paréntesis, como un capítulo de la vida separado por comas, o como el saborear un helado de chocolate escuchando algún tema añejo, quizás un poco de soul del reverendo Al Green, o en una de esas, algo de Coldplay. Es que ahí, allá afuera, pues no se iba hacia adentro del mar, sino que hacia afuera de la isla, parecía que habitaba la libertad.

Y al ir tras ella quedaba claro que no se podía seguir el camino amarillo, sino una senda líquida, intensamente azul, y profundamente inestable. Recorrer esa ruta era abandonar toda seguridad, renegando del camino asfaltado para aceptar literalmente la incerteza intrínseca que yace en todo futuro.

Y aqui estoy hoy, tranquilo, contento, pero a la vez sintiendo como rebalsa de a poco el recuerdo, la memoria de un tiempo entre paréntesis, un lapso que ya no es más, y del cual sólo puedo disfrutar de mano con la memoria, agradecido de haber conocido la que en verdad deberia ser la patria, la dulce patria.

domingo, marzo 04, 2007

El eclipse

Foto: Ricardo Tavares

Hoy pasó una sombra sobre la luna llena.

Como un angel negro cruzando el umbral del cielo para envolver con su capa el firmamento. Como un pestañeo, la interrupción de la noche plena de luna, un lapso oscureciendo aceras para ser holladas a cada paso insensible.

Lo que queda es lo que se fue, es el recuerdo, la memoria de ese instante anterior. Ese momento en que la existencia parecía delineada a toda hora por una guía trascendiendo el día a día.

Permanece también la espera, la esperanza de que esa mala ocurrencia cósmica no será para siempre, el confiar que el eterno retorno iluminará una vez más los pasos con pálido reflejo.

La actitud también queda en nosotros, esa llena de lucha, de fe, porfiada contra los fríos hechos, improbable, ilusa, por lo mismo la mejor actitud, aquella que nos susurra que sí es posible, que todo sigue, y que nada en verdad ha terminado, pues un eclipse puede llevarse una tajada momentánea, pero no puede doblegar para siempre la luz que emana de la luna llena.

jueves, febrero 22, 2007

Otros aires

Foto: Rui Palha

Hay otra vida.

Es que en verdad hay otro mundo, uno posible, incluso probable. Está lleno de nuevos, antiguos y también de buenos aires.

Es un lugar empedrado, difuminado bajo la luz, el calor y la humedad de febrero. Es un espacio que se amalgama al ritmo de la conversación, la tranquilidad, el tiempo, las plazas, parques, el candombé, y un cigarro a la luz de la ciudad.

Hay otra vida.

Es que en verdad hay otro mundo, es uno que nace de tí. Y es ese sitio que viertes alrededor, el que te permite caminar por una plaza adoquinada, a la sombra de Dorrego, junto a los gatos en Lezama, acompañado por los acordes de las murgas que marchan por Defensa.

He vuelto a aquel banco del Parque Lezama, lo mismo que entonces se oye la noche, la sorda sirena de un barco lejano. Mis ojos nublados te buscan en vano. Después de diez años he vuelto aquí solo, soñando aquel tiempo, oyendo aquel barco. Mis penas vencieron. El tiempo y la lluvia, el viento y la muerte, ya todo llevaron.

Ernesto Sábato

Es en la sitiada plaza Cortázar, entre los parques de Palermo y las librerías de De Mayo y Santa Fe, es junto a un plato de pasta en calle Solís, caminando por Corrientes o bajo la lluvia en Scalabrini. Es ahí, en ese instante cuando sucede, cuando me abrazas despacio quedando en silencio, y simplemente, sonreimos tranquilos esperando con toda calma, divisando el nuevo día que está por nacer.

Te imagino.

En un lugar cualquiera,
en cualquiera de estos días,

Se entremezcla la tarde en tus cabellos descarriados,
llenando tu nombre desbordado de ausencia.

La calle susurra sembrando tus pasos,
tu transcurrir de sueño interrumpido,
tu confuso pasar de cada día,
abrazada a cada paso que tu silueta abandona.

Te recuerdo.

En un jardín,
entre hortensias, amapolas, caracoles,
y la oscura tierra de un suelo tibio.

Te sueño.

Trémula, insegura.
Acurrucada entre las oquedades de la orilla,
tranquila con tu silencio de monte.

Pareces volver siempre a ese rincón,
a esa esquina de resbalín roto.
Pareces llenar con tu risa que no se ha ido ni ha llegado,
los ecos arrullados por la escarcha,
cada texto chamuscado en la memoria.

Te imagino.

Simplemente igual que antes,
aunque ya no quede nada,
aunque el recuerdo no sea más que un eco adormecido por los pasos.


lunes, febrero 05, 2007

Simetría


1. f. Correspondencia exacta en forma, tamaño y posición de las partes de un todo.

Se relaciona con la belleza, pues estudios con niños han demostrado que éstos prefieren rostros simétricos, poniendo en duda su clásica asociación con factores culturales. Cuando no existe, cuando hay asimetría, las cosas, situaciones, pierden esa perspectiva y desentonan, extraviando su luz, su atractivo clásico y la capacidad de llamar la atención gratamente.

Y mucho en la vida puede ser asimétrico, trabajar sin la justa retribución, el querer sin poder, el decir sin que te digan, el afecto no correspondido. Es que pareciera que se infiltrara por todos lados, como agua entre los dedos, permeando al mundo y recordándonos que por definición éste es casi siempre imperfecto.

Recordamos eso sí momentos cargados de simetría, lapsos a veces cortos, muchas veces fugaces incluso, cuando de repente te quedabas callado, tranquilo, sintiendo que todo transcurría bien por un rato difícil de precisar, pues estabas compenetrado absolutamente en ese instante.

-Te has dado cuenta?.
-De que?
-El tiempo pasó como nada.

Quizás una simple conversación, ese rato mágico en el cual todo parece calzar y dejamos de ser como esas piezas de puzzle que quedan olvidadas en el fondo de la caja sin saber donde mierda van.

La simetría de algún modo depende de la existencia de un eje, de un punto o una referencia que articule a fin de compensar y ordenar el todo ante sí. Por ello, la existencia de coincidencias, de orientaciones comunes, y su aceptación por cierto, es requisito para ordenar el desorden, terminar con el embrollo, la entropía, en el fondo es condición necesaria, no suficiente, para mandar al diablo la asimetría.

A veces quisiera aprender a leer de nuevo,
así interpretaría,
entendería sin mi montaña de limitaciones cada palabra,
cada sílaba lanzada al ruedo de un instante iluminado por la noche.

Quizás sería fácil así interpretar la obviedad,
un silencio de tropa desvalida,
un desvelo de cariños incompletos.

Quisiera también aprender a escribir,
eliminar letras desbocadas,
silencios acechantes,

palabras sobre y entre líneas,
tartamudeos renegados,
lo que digo sin decir y lo que no digo a voces.

jueves, enero 25, 2007

McNaught

Foto: Luisa Ferreira

Fue a esa hora en que la tarde empieza a cambiar de nombre, el aire estaba tibio, el rato estaba solo, así es que decidí salír a buscar el cometa McNaught. Es que siempre quise ver uno, desde el fiasco del parafernálico Halley hace mucho tiempo atrás, pasando por varios otros que nunca pude ver.

Y me fui caminando, tranquilo, sintiendo el pasar de la ciudad mientras las luces comenzaban a encenderse, y el pulso de la noche llegaba lento, sin pausa alguna. Mientras caminaba noté que a esa hora es más dificil ver claramente, en una de esas mis ojos ya no son lo que solían ser para mis olvidados lentes, o porque las pupilas están a medio camino, entre dilatarse o quedarse indiferentes, en un simple rapto de indecisión.

El punto es que entre el contraste de la luz eléctrica que nacía y las sombras que llegaban, comenzó a aparecer gente. Personas felices, bicicletas, un niño lisiado que reía mientras su silla era empujada por su hermano, una que otra pareja, así todo se sucedió hasta llegar a la orilla del mar para encontrar iluminación mirando al cielo. Atento, mirando hacia el SW, como una pelicula de Subiela, por más que miré, no vi, quizás estaba escondido entre la noche, agazapado en las sombras, cegado por la luces, no sé, pero no estaba, y si estaba, no logré encontrarlo.

Sabía que estaba ahí, pero las sombras o el exceso de luz ciegan y lo ocultan a la mirada. Es que quizás un cometa, ese cuerpo celeste que puede ser visto de miles de modos distintos, lágrima, volantín, un ángel o como una piedra sucia de hielo y carbono que al sublimarse genera una estela de gases, es de esos hitos extraordinarios que a ratos no son tan extraordinarios, pues pueden aparecer de repente, siendo objetivos, no tan a lo lejos, abriéndose paso entre la oscuridad para contemplarlos y disfrutarlos por un tiempo escurridizo.

Es que ahí, mirando al cielo, simplemente dejé pasar el hecho que a veces la luz está cerca, aquí en la tierra, en lo simple de la vida, en cosas que pueden ser tan triviales como un poco de cariño, comer un helado descalzo en la arena, una gota de felicidad, o en la nariz fría de tu pareja mientras la besas una tarde de otoño.

Quizás lo realmente sorprendente de un cometa está en la belleza que pinta con fugacidad en la inmensidad del cielo oscuro, en la sorpresa que desde la nada pueda aparecer algo así de un día para otro. Tal vez, simplemente en la transgesión con la llega para decirte que si se puede, que de las sombras viene la luz, tal como la felicidad de quienes aparecieron de la nada para acompañarme, sin saberlo, viendo el cometa que no estaba en el cielo, sino en la tierra.

sábado, enero 13, 2007

El rincón

Foto: Nelson Daires

El rincón yace en una esquina, en un ángulo perdido de nuestras vidas, ocupando un espacio olvidado, o que queremos olvidar. El rincón es un sitio, un lugar que acumula infinidad de detalles, recuerdos, hechos del pasado, trizaduras, alegrías, todo aquello que pudo y no quiso, o no pudo ser.

El rincón es marginal, pues no ocupa el eje central de nuestra existencia. Sólo está ahí, en ese lugar generalmente privado, pocas veces compartido, siendo un sumidero incompleto, pues queramos o no su presencia es permanente.

Es que en verdad no puede ser olvidado, ese ejercicio es inútil. Puedes intentarlo, ignorarlo por mucho tiempo incluso, pero de algún modo u otro aflora para ser iluminado por la luz de los hechos. Para que no te arrastre hay que aprender a convivir con él, a manejarlo, para asumirlo como parte de la cotidianeidad, sin intentar ignorarlo o arrancar. Correr no sirve, es mejor entrar en él, escoba en mano, y proceder a limpiarlo, ordenarlo, por incómodo que eso sea.

Es que en el ejercicio de la confrontación con lo que el rincón acumula te vas templando, impidiendo así que te avasalle. Es como si sólo en la pelea, en la exposición a su presencia, lograras crecer, aprender a recobrarte a fuerza de exponerte en un ejercicio a veces doloroso. En verdad es como si sólo confrontando crudamente la historia completa, la nuestra, la que vivimos o nos tocó vivir, llegásemos a ser capaces de recobrarnos para relanzarnos nuevamente al mañana, y de paso, ser un poco más libres.

jueves, enero 04, 2007

Siempre

Foto: Ana Pinto

Ayer hubo luna llena.

Se veía amarillenta, no con ese blanco puro, casto y frío de película gringa. Simplemente brillaba sobre el mar a eso de las 22:30, mientras su luz se disipaba a saltos improbables sobre el mar.

Parecía ajena a todo.

Aún con toda calidez de verano, su sola presencia era el contraste perfecto, una mirada estática sobre el ritmo que imponemos al día a día, a ese pasar incesante, donde a ratos todo parece frágil, a los momentos, relaciones, comportamientos, todo ese transcurrir que no deja nunca de suceder una y otra vez. La luna ayer simplemente era un recuerdo, un llamado de atención al hecho de que, a pesar de los fríos hechos, incluso a pesar de nosotros mismos, en verdad sí hay ciertas cosas que son o pueden llegar a ser para siempre.