Hay otra vida.
Es que en verdad hay otro mundo, uno posible, incluso probable. Está lleno de nuevos, antiguos y también de buenos aires.
Es un lugar empedrado, difuminado bajo la luz, el calor y la humedad de febrero. Es un espacio que se amalgama al ritmo de la conversación, la tranquilidad, el tiempo, las plazas, parques, el candombé, y un cigarro a la luz de la ciudad.
Hay otra vida.
Es que en verdad hay otro mundo, es uno que nace de tí. Y es ese sitio que viertes alrededor, el que te permite caminar por una plaza adoquinada, a la sombra de Dorrego, junto a los gatos en Lezama, acompañado por los acordes de las murgas que marchan por Defensa.
He vuelto a aquel banco del Parque Lezama, lo mismo que entonces se oye la noche, la sorda sirena de un barco lejano. Mis ojos nublados te buscan en vano. Después de diez años he vuelto aquí solo, soñando aquel tiempo, oyendo aquel barco. Mis penas vencieron. El tiempo y la lluvia, el viento y la muerte, ya todo llevaron.
Ernesto Sábato
Es en la sitiada plaza Cortázar, entre los parques de Palermo y las librerías de De Mayo y Santa Fe, es junto a un plato de pasta en calle Solís, caminando por Corrientes o bajo la lluvia en Scalabrini. Es ahí, en ese instante cuando sucede, cuando me abrazas despacio quedando en silencio, y simplemente, sonreimos tranquilos esperando con toda calma, divisando el nuevo día que está por nacer.
Te imagino.
En un lugar cualquiera,
en cualquiera de estos días,
Se entremezcla la tarde en tus cabellos descarriados,
llenando tu nombre desbordado de ausencia.
La calle susurra sembrando tus pasos,
tu transcurrir de sueño interrumpido,
tu confuso pasar de cada día,
abrazada a cada paso que tu silueta abandona.
Te recuerdo.
En un jardín,
entre hortensias, amapolas, caracoles,
y la oscura tierra de un suelo tibio.
Te sueño.
Trémula, insegura.
Acurrucada entre las oquedades de la orilla,
tranquila con tu silencio de monte.
Pareces volver siempre a ese rincón,
a esa esquina de resbalín roto.
Pareces llenar con tu risa que no se ha ido ni ha llegado,
los ecos arrullados por la escarcha,
cada texto chamuscado en la memoria.
Te imagino.
Simplemente igual que antes,
aunque ya no quede nada,
aunque el recuerdo no sea más que un eco adormecido por los pasos.