sábado, junio 21, 2008

Vila

Bailas,

Y la música se desliza, sedosa, acariciándote. Cierras los ojos levantando los brazos, cruzándolos sobre tu cabeza, mientras tu pelo es un torrente que brilla y refulge, bajo la luz negra contenida por las paredes.

En ese ritmo me pierdo en tí, en la soledad y tristeza que irradias entre la textura de este instante diáfano. Te marchas, pero tu cuerpo se queda, acunado en el segundo de un océano que se quiebra.

Te observo,

Y tu presencia se recorta, dibujada contra las volutas que permean la luces y el tumulto. Poco a poco coincidimos, mientras adivino una línea translúcida surcando tu mejilla.

El rojo del cigarro brilla entre tus dedos. Fumas, fumamos, la luz riela la lágrima que te atraviesa. Mi mano en tu cintura, y la música que se deshace y cae como las hojas cuando comienzas a secar tu cara con el dorso de tu mano.

Conversamos sin hablar en un rincón de ladrillos gastados, y tu huída sin pausa obsequia la belleza del abandono. Cuando la noche ya se marcha, y la gente es un torrente vaciándose a la calle, guardo tu teléfono junto a tu recuerdo, me prometo llamarte mientras la farolas se apagan, y comienzo a escuchar el diálogo de mis amigos que comentan que el local estuvo horrible, y que lo han pasado pésimo esta noche.



lunes, junio 09, 2008

Paz

Sabes bien que me gusta la noche y los espacios que ella encierra. Esos lugares llenos de humo, luces y voces que se mueven de aqui allá, buscando, aferrándose al instante que se cimbra mientras los minutos pasan y los vasos vacíos se van con ellos.

Será quizás porque en estos locales siento mejor que nunca las miradas que se tejen, y los cariños parecen menos fugaces cuando la noche transcurre lento. Será tal vez que esos momentos, ajenos al mundo, lejanos del resto de los días, parecen más cotidianos, y forman el sitio preciso para imaginarte fácilmente, sentada en cualquier improbable rincón, sin ese silencio que acompaña invariablemente la imagen que dibujo de tí.

Mientras la cerveza se acaba, y los cigarros queman el momento, parece inevitable la llegada de ese pronto andar que con su cadencia despertará ese inquietante susurro. Volverá entonces el camino ensoñado, el estar sin estar, y el silencio que arde.

Apago el último cigarro, bajo el sorbo final de cerveza, y me alejo del ruido para entrar al estruendoso silencio de la noche en El Puerto. Camino, y entonces, a propósito de nada, descubro que la noche brilla, que el frío quema la piel pero no hiela el alma, y que la soledad, aunque aún presente, dejó hace mucho de ser el hierro que marca cada instante. Entonces, simplemente sonrío, respiro hasta sentir el aire helado en los pulmones, miro a la chica de pelo largo y ondulado que con un libro bajo el brazo sube la calle, y bajo en dirección contraria por las aceras para dirigirme hacia el mar, para dirigirme finalmente a casa.