jueves, marzo 23, 2006

El muro

Terminamos al fin la losa. Ella corona el muro de piedra que hicimos para la entrada de nuestra casa adoptiva y es la base de un futuro piso cerámico. El sábado, en un brusco salto en la escala social, me convertí en maestro "mezclero", el encargado de fabricar mezcla de cemento para armar la losa. Antes ocupaba el último peldaño en la escala profesional de la construcción, era "jornal", el responsable de traer piedras, retirar piedras, sacar tierra, agregar tierra, mover sacos de cemento, de cal, en una palabra, hacer uncuantohayytodoloquehagafalta.

Pensar que antes me gustaba la idea de echar todos los muros abajo, sin embargo ahora los construyo, aún más, siento que quizá es sano construir algunos. Una contención, retención, un dique, algo que aguante todas esas veces en que te sientes tentado no sólo en mirar del otro lado, sino que en quedarte pegado en el otro lado sin valorar lo que tienes, pensando que siempre el pasto del vecino luce más verde.

Armar y dar forma a todo ese montón de piedras tiene también algo de redención, el trabajo físico por alguna rara razón hace sentir mejor, y es también un desafío, pues es un intento loco de construir algo perenne, que se ría del tiempo, de los elementos, un grito diciendo "AQUI NOS QUEDAMOS",o al menos "ESTUVIMOS ACÁ".

Claro, al final no hay muralla que resista, porque sea como sea siempre termina siendo sobrepasada, como la línea Sigfrido en Francia, la Gran Muralla china, o el muro de Berlín. Lo curioso es que probablemente al desarmarlas sientes el mismo y desafiante impulso que al construirlas. Hacer-Deshacer, Construir-Destruir, como que ante una muralla, o frente a su inexistencia, sientes un cosquilleo, un "no se qué no se donde", simple rebeldía quizás, que te mueve a hacer algo para preservar o eliminar, en una dualidad entre lo que somos y lo que deseamos ser.

Quizás por eso se reverencian algunas murallas del pasado. Porque por algo a las personas les interesa la Gran Muralla, o los muros incas del Cuzco, digo yo. Tal vez ante la mole de piedra aflora una voz que te hace admirar el empeño que pusieron esos tipos para no desaparecer del todo, para contener el paso del tiempo que todo borra, preservando para el futuro lo que eran en ese momento.

Quizás por lo mismo aborrecemos otras, la de Berlín, Cisjordania, la de la frontera gringa-mexicana y la de Ceuta, porque esas simplemente representan lo que no queremos, lo que odiamos de nosotros mismos. Su destrucción es la expresión tangible del deseo reinvención para acercarnos a lo que nos gustaría ser

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