lunes, agosto 27, 2007

Los momentos

Foto: Sofia Bras Monteiro

Poco a poco, paso a paso, apenas marcando sus huellas en la tierra fría. Ellos van mudos, olvidando sus nombres, caminando con su rostro limpio y su mirada ancha como amanecer.

Como nadie, como todo y todos, ellos se alejan quedos, derivando en la marea del tiempo. Es inevitable su partida, pese a los deseos por detener su marcha sanando la pequeña herida que dejan sin cesar.

Se van, y quiero pensar que es para buscar otros soles, observar algún amanecer rojo, o desafiar, dando la cara, alguna marejada viva.

Se van, y quisiera verlos alegrando otros días, entrando a los puertos azules de los abuelos que se fueron.

Se van, y los imagino sintiendo la tierra negra mojada de esos pueblos lluviosos, verdes y grises.

Y viéndolos irse sin remedio, simplemente espero, confiando en un para siempre, uno que los que traiga de vuelta, o que al menos, haga que dejen de marchar.

Un para siempre que dibujo hoy al calor de una sopa, de una brisca con vino tibio en esas perdidas tardes de familia. Uno que tenga la sencillez, la calma persistente y la escasa eternidad de un bosque de cipreses, alerces, mañíos o coihues.

jueves, agosto 09, 2007

La cura

Foto: Sandra

Quizás era escuchando The Cure cuando en verdad nos dábamos cuenta de que al fin y al cabo había cosas que sí podíamos compartir. Y no es que el timbre de voz de Robert Smith fuese particularmente dado para viajar juntos por la vida, sino que constituía el atisbo de un cúmulo de imágenes y sonidos en común, formados sin duda durante nuestra niñez gracias al apetito voraz por estímulos televisivos.

Seguramente se trataba de eso, el remedio de compartir códigos generacionales, los que por ejemplo nos permitían saber en seguida que era un personal stereo, que un betamax era distinto a un VHS, o entender como lo más natural del mundo que aún guardábamos cassettes con cinta metálica o de cromo, sin duda los mejores para escuchar temas como Lullaby, High o Close to me.

Al encontrarse después de tanto y tan poco tiempo, fue exactamente lo mismo, ya sabes, esa sensación de no haber dejado nunca de conversar, que hizo que volviésemos a hablar como lo hacen quienes se conocen toda la vida, como si hubiésemos estado comiendo papas fritas con mayonesa, ketchup y pimienta frente al televisor, hace mil años atrás, riéndonos mientras Mr. Smith, en un video clip de bajo presupuesto, uno con palmeras, nieve, focos, y mucho, mucho viento, cantaba Pictures of you.


Nirvana era un caso aparte. Era de esa etapa fugaz que creimos duraría mucho, y en donde la música parecía redescubierta al ritmo de guitarras de sonido crudo, con camisas de franela tipo leñador, en un tiempo donde Smell like teen spirits era la dosis precisa de adrenalina para despertar luego de una noche de mal dormir. Ese rato era de desgarro, a lo Lithium, de chalecos de lana con los puntos corridos, de jeans gastados hasta la transparencia, y de una chaqueta que odiabas que usara hasta ese día en que se le cayó una manga mientras la lavaba. Momentos intensos, de invariables salidas al mar en invierno, en donde el océano lucía verde, oscuro, como una crema de arvejas recién cocinada, o como el último lugar en donde locos como nosotros tendrían la ocurrencia de entrar a pasarlo bien bajo la lluvia.

Es que Come as you are tenía un sabor reivindicatorio, democrático quizás, un llamado para que simplemente fueses como quisieras ser porque había espacio para todos. Y bueno, convengamos que un espacio para todos sólo tiene de común el hecho de que es soñado por muchos, incluso por desquiciados que eran capaces de meterse al agua gélida un domingo de invierno por la mañana sólo por la posibilidad, por la promesa de que tal vez, pese al dolor del agua helada que recorría tu espalda y tus huesos, podías ser inmensamente feliz si el mar te quería en él.

miércoles, agosto 08, 2007

Santiago


Nieva.

Y el frío intenso parece disiparse sólo por un instante gracias a la belleza momentánea que redime a una ciudad de rostro y manos ajenas. Desde el lado contrario de la ventana, la cubierta blanca simplemente transporta a un momento mágico por lo inesperado, sencillamente delineado por la cadencia discreta con que un copo busca llegar al suelo.

De la otra cara del vidrio el frío es crudo como siempre, y la nieve no es más que un aliento compasivo, la bella mortaja con la cual cubrir los dolores y la quemadura con que el hielo muerde la piel.

Nieva.

Y no hay mayor contradicción que cuando alegría y dolor juegan de la mano, con la simpleza y espontaneidad de una emoción que no puede ser contenida por más tiempo. Nevar entonces no es más que un arrebato, uno que llega de golpe para indicar con toda levedad que pueden convivir en armonía dos apectos en apariencia tan contradictorios como el fuego intenso de la alegría y la marca indeleble de la pena y el dolor.

jueves, agosto 02, 2007

Canarias

Foto: Ricardo Araújo

Hay un incendio allá afuera,

Uno que sacude, quemando la tierra,
despreciando el frío que intenta acallarlo.

El fuego que arde allá afuera es insensible a cada ruego,
aplasta, devora y carcome,
tragando tu frío, tu rabia y tu propio fuego,
escupiendo brutal, ceniciento.

Hay un páramo tras ese fuego que arde allá afuera,
lo sigue encerrado en su mutismo,
con impertérrita marcha y resignación bovina.

Destrozando camina,
borrando con brasas cada inútil súplica que se opone a su brutal machacar.

Hay un incendio allá afuera,
es un zumbido de flechas,
un crugir de chicharras,
una nube de langostas,
un estertor de bosques degollados.

Se despliega en la tierra con su pecho negro
y sus rojas alas.

Ese incendio que está allá afuera llega incontenible,
irredento planta cada paso.

Simplemente viene por ellos,
viene por nosotros,
simplemente viene por todos.