martes, agosto 29, 2006

Muchacha

El primer amor, ese que debería escribirse con mayúscula, marca. Se lleva adentro de sí como un buen recuerdo, también como una cicatriz si quizás no terminó del modo en que todos quisimos que terminara.

Cristina Bustamante, la hija del portero del edificio donde vivía Emilio del Guercio, fue el primer amor de Luis Alberto Spinetta, cuando ambos integraban el grupo Almendra. Y él le hizo una canción, de esas grandes, monumentales, la que tuvo por ocurrencia cantar en público por primera vez, un día de domingo en el teatro Coliseo, luego de una discusión que tuvo con Cristina. Spinetta cantaba, y ella, aún molesta con él, y con la entereza que hace que las mujeres sean el sexo fuerte, simplemente decidió irse caminando por el pasillo hasta dejar el recinto.

Después de eso siguieron juntos un rato, pero la relación se fue deteriorando poco a poco, siguiendo al pie de la letra esa frase que dice que el amor dura lo que dura, y haciendo realidad el final de la canción Blues de Cris: Sus ojos al final olvidaré. Y como todo recuerdo, quedó lo vivido atrapado en la memoria, y para nosotros, la letra de una canción que habla de una mujer, pero también trata del deseo de atrapar cada momento, luchando por vencer la fragilidad de lo que vivimos día a día.

Muchacha ojos de papel,
adonde vas? Quédate hasta el alba.
Muchacha pequeños pies,
no corras más. Quédate hasta el alba.
Sueña un sueño despacito entre mis manos
hasta que por la ventana suba el sol.
Muchacha piel de rayón,
no corras más. Tu tiempo es hoy.
Y no hables más, muchacha
corazón de tiza.
Cuando todo duerma
te robare un color.
Muchacha voz de gorrión,
adonde vas? Quédate hasta el da.
Muchacha pechos de miel,
no corras más. Quedate hasta el da.
Duerme un poco y yo entretanto construir
un castillo con tu vientre hasta que el sol,
muchacha, te haga reir
hasta llorar, hasta llorar.
Y no hables más, muchacha
corazón de tiza.
Cuando todo duerma
te robare un color.



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sábado, agosto 26, 2006

Cummings

Jorge Teillier (al centro, Revisa Punto final)

Empecé a escribir esto con sueño, por una razón quizás lógica, son casi las 3 de la mañana de un viernes. Y no sólo tengo sueño, también tengo sed, quizás porque no he tomado mucha agua, en una de esas porque sufro de algún tipo de sed crónica, o lo más probable, debido a los efectos de encaminarse por la senda de los jueves violentos.

Y es que esas travesías, muchas de jueves, pero también de viernes, miércoles o incluso de domingos en la noche, son rondas de papas fritas con chorrillanas, de un enésimo cigarro fumado o visto fumar, acompañados con jarros de cerveza negra "el puerto", y con caminatas cuadras arriba o abajo. Subiendo por Cummings, pasando por Las Rejas, Mi casa, el Dominó, El gato en la ventana, cruzando al Bitácora y al Canario, devolviéndose para llegar al Picante, discutiendo por ir al Kabala, Barposeida o al Ritual y matando la noche nuevamente en El Picante.

Y todo está lleno, ideas van, otras vienen, la noche se hace fría, los quiltros duermen enrollados junto a los postes de luz y la música llena una calle poblada de gente que sube, baja, fuma, bebe, conversa, regalonea, discute y pelea. Y el ambiente palpita, respira distinto, todo transcurre a otro ritmo marcado por tus pies que devoran cuadras y grises aceras empedradas mientras las luces amarillentas decoran cada rincón, cada recodo, como recuerdos que te saltan al encuentro.

Entonces el puerto se hace eterno, querible, añorable, mientras suena una mezcla de rock pesado, cueca, tangos, boleros y canciones de Camilo Sesto, amenizada por el enésimo análisis de una película, iluminada por la imagen de la sonrisa de la niña sentada en mesa del fondo, por un buen chiste o por la luz que se difumina al pasar por el vaso en que bebes tu también enésima cerveza. Y ahí están, son los amigos, los de siempre y los de a veces, los que llegan y los que se van, y baja otra botella, se vacía otro vaso, DOS CHORRILANAS MÁS!!, miras a la niña de la mesa del fondo de nuevo entre el humo, intentando adivinar si te sonríe, o al menos te mira, y cuando se acaba la conversación, el dinero, los cigarros y el trago, y es hora de irse, sólo en ese momento me acuerdo de un fragmento de poema de Teillier que habla de la despedida, entonces camino en dirección al mar, y simplemente, me dirijo nuevamente a casa.

Me despido de los amigos silenciosos
a los que sólo les importa saber
dónde se puede beber algo de vino,
y para los cuales todos los días
no son sino un pretexto
para entonar canciones pasadas de moda.

Me despido de una muchacha
que sin preguntarme si la amaba o no la amaba
caminó conmigo y se acostó conmigo
cualquiera tarde de esas que se llenan
de humaredas de hojas quemándose en las acequias.
Me despido de una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada
de trenes que parten bajo la lluvia.

Me despido de la memoria
y me despido de la nostalgia
-la sal y el agua
de mis días sin objeto-

y me despido de estos poemas:
palabras, palabras -un poco de aire
movido por los labios- palabras
para ocultar quizás lo único verdadero:
que respiramos y dejamos de respirar.



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lunes, agosto 21, 2006

Septiembre


Septiembre es el cambio, el equinoccio, el comienzo de esa mitad del año en que se deja atrás esa sucesión de días grises y arropados que construyen el invierno. Y los días crecen, de la mano con la luz que comienza a inundar cada rincón paso a paso.

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.

-Altazor, V. Huidobro


Y septiembre es un nudo de ideas, recuerdos, de fechas encontradas unas con otras que se miran a los ojos fijamente. Días que marcan, unen, separan. El 4, 11, 18 no son meros dígitos, guardan en sí significados, simbologías, representan alegrías y profundas penas, grandes inicios y terribles términos, y esa sucesión de recuerdos contenidos en frialdad aritmética, si te detienes a vivirla en serio, golpea un poco, es bastante bipolar, te hace pasar de un ritalín a una inyección de adrenalina con rapidez que pasma.

Para mi el noveno mes es muchas cosas, imágenes, sabores y olores, una bandera en llamas en una sede de gobierno bombardeada, un cumpleaños, dos edificios al suelo, baile, asados, empanadas y vino tinto en alguna ramada. Pero también es el recuerdo de una canción, una de esas viejas que me hacen sentir que no hay caso, que de verdad tengo más de treinta, una que ponía mi viejo en un disco de vinilo con una foto de Neil Diamond en blanco y negro en la portada.

Me gusta septiembre, fundamentalmente anuncia que estamos aquí, que a pesar de todo estamos de pie, seguimos adelante, dejando atrás el frío, las penas, los malos e incluso los buenos recuerdos. Es actitud, es decir fuerte que viviremos, que lo pasaremos bien, y que derrotaremos a todos los que quisieran lo contrario.


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sábado, agosto 19, 2006

Terremoto


Acá tiembla desde siempre, como hace cien años atrás, cuando el 16 de agosto de 1906 un terremoto destruyó Valparaíso, tal cual como el 5 de marzo de 1985, cuando por última vez nos tocó de nuevo el turno y se llevó el edificio en el cual vivía mi familia, y del mismo modo, en que en algún momento sobre el cual nadie tiene precisión alguna, se nos volverá a mover la tierra nuevamente para que ésta se lleve algo con ella. Y es que los terremotos se parecen a la música, a una película o quizá a algún partido de fútbol de "aquellos", pues en todos esos casos se nos viene a la mente lo que estábamos haciendo en ese momento. Puede ser cualquier cosa, lo más insólito o lo más natural, pues te sorprende cuando menos lo esperas, sólo para darte cuenta después que la vida es una sucesión de hechos más o menos bizarros que nunca sopesas mientras estás inmerso en ellos.

Y cuando tiembla fuerte se siente primero un ruido sordo que viene de las entrañas del suelo, un gruñido, como el reclamar de un gordo acostumbrado a dormir siesta y que alega al ser importunado. Luego el gruñido se hace movimiento, pues el sustantivo se hace verbo, y todo es confusión mientras sucede algo que puede durar un segundo o minutos, pues es tan impredecible que lo único concreto es que lo perenne se transforma en frágil, tal cual las lozas de la abuela que se quiebran contra el suelo, como se triza el acuario de tu casa, o del modo en que se viene abajo tu hogar.

-¿Sufrió mucho tu casa?
-No, no sufrió nada, se vino abajo enseguida.

Entonces, mientras todo es agitación, gritos e histeria, de pronto, tan impredeciblemente como cuando llegó, nos sorprende la calma. Y empezamos de nuevo, nos abrazamos, lloramos las heridas, reconstruimos lo reconstruible, terminamos aceptando lo irreconstruible, sólo para comenzar el ciclo nuevamente, aquel cimentado sobre la más incierta de las certezas, aquella que sobrevive contra toda lógica, esa que se basa en el deseo de permanecer y continuar como sea, aún cuando sabemos que un día, lo queramos o no, se vendrá abajo todo de nuevo, y tendremos que recomenzar otra vez.


viernes, agosto 18, 2006

Home, I have no home

Martin Landau y Johnny Deep, interpretando a Bela Lugosi y Ed Wood.

jueves, agosto 17, 2006

Bela

Bela Lugosi, según Martin Landau

Y ahi estaba Bela, anciano, encorvado, deteriorado, pero atento a las instrucciones de Edward Wood, su amigo y director de la película más mala (obviando a "taquillator", de Luis Dimas), y por eso quizás las más querible, de la historia del cine, "Plan 9 del espacio exterior". A pesar de su adicción a la heroína, el otrora vampiro conservaba su estampa grave, dramática, seria, excesiva, esa imagen de chofer o cochero de funeraria que lo avaló siempre en el mundo del cine.

Pero Bela moriría cuando tenía el guión de "Final curtan" en sus manos, tras haber filmado sólo tres minutos de la cinta. Y Wood, queriendo homenajearlo, tomó esos 180 segundos, para incluirlos en otra película, la que lo haría inmortal. Sin embargo, había un detalle,...había muerto, entonces para reemplazar a Lugosi en el resto de la filmación, y a pesar que ambos tenían un parecido igual a cero, convenció al doctor de su novia para que actuara cubriéndose el rostro con una capa, un detalle para Wood, un director que obviaba toda imitación de la realidad con sus escenografías con papel metálico, monstruos de trapo y naves espaciales colgando de cordeles.

Y ese acercamiento para narrar una historia tiene un dejo mágico, es la fantasía de la niñez reflejada en juegos de grande, el hacer suya la idea que una historia tiene una ética distinta a la realidad. En una historia se puede mentir, es aceptable que sea así, lo importante es la narración y quizás su desenlace, de lo contrario el coyote no sería sometido a la tortura continua que le acarrea seguir al odiable pajarraco ese. Y Wood, en su desquiciado entusiasmo por el cine, manejaba con toda ignorancia esos códigos a la perfección, y de paso, sin querer, se acercaba bastante a dibujar una realidad basada en lo aparente, en el parecer, no en el ser, como un actor que se cubre la cara con una sábana para simular lo que no es, y muy similar a un mundo que de un tiempo a esta parte se llena de monstruos caminando entre nosotros.

Lo mismo Bela, quien fue a la tumba vestido como el conde drácula, interpretando siempre al personaje que lo hizo inmortal. Lo mismo que el gran Martin Landau, que encarnó a su vez a Lugosi en la cinta "Ed Wood", dirigida por Burton y que de modo notable nos muestra como el húngaro se compró el delirio de un director que al final logró su sueño, el ser famoso del modo más inesperado posible, tal como esa sorpresa que nos depara el futuro, aquel paisaje difuso a lo lejos cubierto de niebla, al cual no sabemos si llegaremos, ni menos el modo en que lo haremos o en que fallaremos intentándolo.

lunes, agosto 14, 2006

Bajo el cielo

Foto: Alfredo Cunha

Difícilmente somos indiferentes a la lluvia, te gusta, la odias, desespera, te pone nostálgico. Rara vez sólo nos dedicamos a soportar el agua que cae lanzada, con total sumisión y entrega, como si sólo fuese agua, líquido transparente que acorta el breve espacio que nos separa del cielo. Y en Chile, en el sur, la lluvia es fría, bocanada de aire que se mete en tus pulmones, refrescándote el espíritu o enfriándolo, por lo cual corremos al refugio de un abrigo, real o imaginario, de pan amasado y café con leche caliente que nos transporte durante la espera del renacimiento que traerá el nuevo cielo.

Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.

Y al esperar el nacer del nuevo cielo, sentimos que éste es leve, instante de amanecer cubierto de lluvia de madrugada. Un lago cubierto de paz sin ninguna rugosidad en sus aguas con la luz quebrando con simpleza infinita cada brizna de pasto. Es el paréntesis, ese lapso de quietud en el cual te detienes simplemente a disfrutar del momento que respiras.

O el espacio del silencio entre mi voz y la voz de alguien revelándome el verdadero nombre de las cosas con sólo nombrarlas: "álamos", "tejados".
La distancia entre el tintero del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa sobre la cumbre de la loma barrida por el viento.

Y eso se acerca a un momento pleno, un instante de lucidez frágil en el cual simplemente nos damos cuentas de lo felices que somos. Un lapso que en nuestra porfía buscamos una y otra vez, llenándolo de aquello que quizás sacia nuestras necesidades, pero que en verdad no nos entrega esa iluminación plena que nos señala que toda felicidad, al igual que toda nuestra vida, es esencialmente frágil y simple.

Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido sabiendo que no durarían nada, cortar una rama de pino para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado, o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.

Y dado que tendemos a buscar la utilidad de las cosas, quizás encontremos un uso para la no-indiferencia que nos causa la lluvia. Es la esperanza que trae, la espera de lo que vendrá, ese imaginar que acabará la lluvia y dejará la tierra limpia una vez más, para comenzar de nuevo, para dejar de masticar ese sabroso trozo de crujiente pan con mantequilla, y simplemente degustar de ese día que no es menos real por sólo existir en nosotros mismos.

Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo, pues siempre podremos reunir sus recuerdos, así como el niño castigado en el patio encuentra guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podremos estar en un día que no es ayer
ni mañana, mirando el cielo nacido tras la lluvia y escuchando a lo lejos un leve deslizarse de remos en el agua.

Poesía: Bajo el cielo nacido tras la luvia (fragmento). Jorge Teillier.

martes, agosto 08, 2006

Arrasar

¿Y que si quemamos recuerdos, pisadas y huellas?.

Si sólo arrasamos el camino recorrido,
como ovejas hambrientas que devoran cada brizna del monte,
sistemáticas compañeras apacentadas de sueños inconclusos y realidades conclusas.

¿Y que si simplemente destruimos la memoria?,
sorbiendo a cambio sólo del presente,
vaso de vidrio opaco, de bar de puerto,
vaso manchado por mil dedos, ilusiones y desilusiones,
inmune, insensible a una mirada más larga que el brazo que lo alza.

¿Que pasa si arrojamos al mar cada vieja palabra e idea desgastada?.
Caminar a ciegas, quemando el cigarro que ahoga tu pecho.
Avanzar sin parar, sin transar.
Destruir cada instante.
Ignorar cada búsqueda.
Confrontar la impenetrable incerteza sólo a cada paso,
la más improbable, imposible,
la más muda de todas,
la de estar, la de ser,
la de vivir.

domingo, agosto 06, 2006

Blues


Niebla

Tiempo atrás, al salir de la universidad, solía caminar por Valparaíso en horas de la tarde. En los días de invierno caía a veces una niebla intensa, una que no permitía ver mucho más allá de tus propios pasos.

Entonces, la sensación era extraña, la de caminar sin saber realmente hacia donde, con la fantasía de que quizás no ibas a ningún lado, ya que no había perspectiva alguna, sino que tu entorno era sólo el rumor de tus pasos sobre el pavimento y la claridad difusa de los focos del alumbrado. Si dejabas de lado la posibilidad de un asalto, o de un atropello, y simplemente te relajabas, llegaba un momento en que en verdad te envolvía la calma, el relajo de sólo estar ahí, mientras te disolvías en la niebla que abrazaba la ciudad.

Era la sensación de estar sin preocupaciones, la misma que he sentido cada vez que he terminado de estudiar algo, al finiquitar un asunto pendiente, o al cerrar un tema abierto. Algo así como tumbarse en una hamaca, una tarde de terraza frente al mar, y simplemente dejar que el horizonte y el océano te transporte adonde quiera, abandonado a la corriente, sin planificar ni cuestionar nada de nada, simplemente disolviéndote en la genial sensación de saborear el presente.

viernes, agosto 04, 2006

In your eyes. Peter Gabriel

En sus ojos se desgranan catedrales,
se construye el cielo,
se derraman multitudes,
se desata la lluvia y el fuego.

Como hojas de agua y aves en llamas,
atardecer de horizonte acunado en tus ojos maritimos.


miércoles, agosto 02, 2006

Fidel

Mi definición de coherencia consiste en que un determinado juicio respecto de un hecho o acto concreto, independientemente de la mayor o menor afinidad afectiva, ideológica, religiosa o intelectual que uno pudiese tener respecto de quien desarrolló ese acto, debiese estar basado en lo concreto, en aspectos lo más objetivos posibles, de modo tal de no establecer categorías arbitrarias u odiosas respecto de quien nos simpatiza más o menos.

Sin embargo, está Fidel. Y él para mí encarna la duda, la posibilidad de exceptuar todo juicio categórico sobre su persona, y en otros, exactamente lo contrario, es decir, la clara elección de dos sentimientos contradictorios, pero al mismo tiempo tan parecidos, el amor y el odio. Poca gente puede representar de modo tan perfecto la dualidad de ser amado y aborrecido en igual medida, son escasos aquellos sobre los cuales existen argumentos que pueden ser colocados tan bien a ambos lados de la balanza al momento de juzgarlos. Ante eso, o te agarras de uno de los dos platos de la balanza, o simplemente, dudas.

No conozco Cuba, sí cubanos, gente preparada de una gran formación profesional y técnica. ¿Que decir de la medicina cubana?, aparte de que es excelente y que ha ayudado a aliviar el sufrimiento de muchos a lo largo y ancho del mundo entero. Pero, ¿como olvidar la inexistente libertad de expresión?, la carencia de libertades individuales, la prensa silenciada, la denegación de permisos de salida, los presos políticos. ¿Será acaso que es imposible del todo compatibilizar justicia, equidad con libertad individual?. ¿El ser humano sólo se comporta como tal cuando tiene un Gran Hermano que siempre vigila a fin de que el hombre deje de ser el lobo del hombre y se convierta en su hermano?.

Fidel enfundado en su traje verde oliva es un dinosaurio, uno que puede ser visto como una bestia sedianta de sangre, dedicada a mantenerse en el poder a como de lugar, o como un monumento a la resistencia, un testimonio de resolución, la prueba cierta de que es posible permanecer inmutable ante el paso del tiempo, manteniendo en todo momento sus creencias, sueños y luchas. Así, convergen en el lo mejor y peor del ser humano, los sueños y lo que somos capaces de hacer para lograrlos.

Ojalá sea posible que los logros en su país sobrevivan al dinosaurio, que los errores y horrores se vayan con él, y que trasciendan despúes de su hora los fines más allá de los métodos. Por Cuba, por todos.


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martes, agosto 01, 2006

Tu nombre

Quemadura trazada en la roca,
se estrella en él cada certeza.

Inminencia, vértigo abismal,
silencio de sepulcro en una noche de mar.

Tu nombre trae silencio, confusión, pasado.

Tu nombre viene volando entre yerbas, olas, páramos.
Trae un ruido antiguo,
sonido de alegría fugaz, residuo de ayer,
melodía destemplada.

Tu nombre es persistente como la lluvia, el hambre, el frío.

Se cobija en el rincón de cada espacio,
en el eco pertinaz de tu recuerdo,
en la cicatriz ignorada, silente,
en el momento impredecible,
que acecha aún en cada paso.