lunes, septiembre 20, 2010

Independencia

Me declaro independiente a
banderas,
escarapelas,
centros de madres,
clubes de leones y rayuela,
casinos sociales de carabineros,
el comité central y las cooperativas,
empleados y hospitales públicos,
notarios,
curas,
municipalidades, concejales y alcaldes,
profesoras de historia,
partidos políticos,
timbres y estampillas,
uniformes,
desfiles militares,
alocuciones patrióticas,
bandas de guerra,
bailes, cenas y ceremonias oficiales.

En
la sal,
las olas,
el horizonte,
las gaviotas,
la felicidad inocente,
la humanidad de la noche,
el zumbar de las avejas,
el silencio de un bosque,
tus caderas entre mis manos,
el amarillo de los girasoles,
el vibrar de tu sonrisa,
las montañas,
la luz negra,
tus turgencias,
muslos y cabello rojinegro,
las volutas contra los neones,
las servilletas rayadas,
los vasos angulados,
el calor de la arena,
el frío de tus glúteos,
un beso en tu espalda,
las letras,
peliculas.

Pero por sobre todo, en tu cuello entre mis manos,
me declaro libre y feliz.

jueves, septiembre 16, 2010

Relecturas

Conocí al tipo más triste del mundo. Su sombra lo seguía lenta, incansablemente, alcanzándolo sólo para dejarlo ir un instante y alcanzarlo nuevamente, siempre aletargada por la melancolía y la nostalgia, mientras él se dedicaba a vagar junto a la orilla solo.

Mientras lo observaba, advertí de pronto que el presente había dejado de ser mi tiempo y que la memoria me trasladaba a otro sitio atascado en el pasado, enraizando un dejo de tristeza en la boca o la garganta, pues el ya pasó se deposita como un sarro que nos despierta la conciencia de ser finitos.

Entonces, me negué a ver pasar el tiempo trotando a mi lado, sentí el deseo de caminar, olvidando en el muelle al tipo ligado a su sombra. Y por la calle de tierra eché a volar mi imaginación invocando futuro, al tiempo que pasaron caballos, perros, colibríes y dejé atrás floripondios, justo a la hora en que el último resto de sol se alojaba en mi retina y el viento empezaba, una vez más, a desbocarse sobre mi nuevo pueblo.

...

El hombre más feliz del mundo despertó temprano esa mañana. Se sentó en la cama y sintió el frío del suelo de madera que se impregnaba en sus pies. A su espalda sintió el cuerpo tibio de su mujer y enfrente adivinó la aurora tras las cortinas.

Después de seis segundos se puso de pie, y descalzo se dirigió hacia la ventana para divisar el mar tiñéndose de azul bajo un cielo arrebolado. Caminó hacia su derecha, intentando que el suelo no crujiera bajo sus pies, abrió el grifo del agua y mojó su cara y nuca. A los diez segundos fue a la cocina, llenó de agua la tetera y comenzó a calentarla para tomar un té.

Yendo hacia la puerta miró el dormir de su mujer y disfrutó de la belleza de su actitud de abandono, un fugaz recuerdo de aquel total renuncio con que ella culminaba cada noche de caricias. Al abrir la puerta se cruzó de improviso el gato amarillo de la hija que sentía como propia, la misma niña que todos los días corría a abrazarlo cada vez que volvía de la pesca. Sin ya saber más sobre segundos, se detuvo en el marco para mirar el patio, respirar y oír las ranas en el estero a lo lejos. Relajado, se sentó en la pequeña escala que daba al columpio, y contempló la higuera que lo sostenía. Enfrente volaron tres fardelas, dormitaban los botes y se adivinaba el gemir de los cipreses junto a las olas. Se liberó entonces de un antiguo pesar que ahogaba su pecho, y pudo darse cuenta que nadie, nadie podía ser más feliz que él en todo el mundo.