domingo, octubre 17, 2010

Domingos

Y qué si los domingos por la noche me ponen triste,
y qué si la tristeza se te cuela por los poros y los labios entreabiertos,
y qué si no quedan objetos que duerman en la playa,
o que si los trigales no fuesen más que sembradíos de cruces tumefactas,
y qué si nunca llegamos a estar en ningún lugar realmente,
como si tus pasos y los míos nacieron destinados a no encontrar su horma,
y qué si no hay nadie que nos espere en ningún sitio,
si todos los cuerpos quedan mudos,
y qué si saltamos de aquí al alba o a las cruces,
si nos mudamos de alfombra o de provincia,
justo al medio de ese vacío con que solemos llenar la espera,
y qué si no esperamos porque ya no quedan plumas ni agua,
y qué si noches nada más o si un sillón azul solo en una esquina,
y qué si no hay mi vida, cielo, cariño, amor, te amo,
y qué si aquella puerta azul, que derruida murió en febrero,
ya no se abre más al pasado o al jardín en que solíamos besarnos antes que las caricias transmutaran en grietas,
y qué si caemos inconscientes en la puerta donde pensábamos nacer,
pues nadie fue capaz de pronunciar los nombres que el cielo nos tenía destinados,
y qué si ya no me amas como alguna vez lo hiciste, y tan solo te callas el desgarro que separa nuestras vidas para adornarlo de lirios marchitados,
y qué si hasta tus lágrimas ya no saben a sal cuando se vierten borrando la tinta con la que escribías poemas,
y qué si el aire me obliga a respirar,
o si yo mismo no soy más,
ni yo,
y ya no miras por mis ojos,
ni yo te ilumino.
Dejaré de buscarte, ya no,
rendirse al destino que arrastran las olas nunca fue lo tuyo ni lo mio,
pero y qué,
y que si ya no,
y que si ya no más,
nunca más,
nunca más.


A cuatro manos, gracias a una mujer que escribe con el desgarro de un silencio y vive con la alegría de un sur en primavera.