miércoles, noviembre 29, 2006

La pólvora

Foto: Francisco Máximo

El viento que quema no es cualquier viento, es aquel del designio, es un viento metálico cayendo de lo alto para clavarse en los ojos para cegarte, para hacer que veas sólo con el instinto, con la fuerza necesaria para introducirte un leño ardiente en el pecho. El viento que quema es amarillo, carga miles de partículas que conforman un todo en bloque que se opone a un caminar cansino, leve, a ese transitar lleno de toda obviedad.

Ella caminaba dando la cara a ese viento, a la brisa desatada que es una brasa que escalda el espíritu. Se movía pareciendo contradecir la naturaleza que pujaba por arrastrarla, que intentaba transportarla consigo a ese imaginario llamado sueño, búsqueda frenética, esperanza que no cesa.

Se movía lento, entera, ensimismada y cansada, bella con su pelo revuelto por cada ciclo katabático, caminando con la entrega de quien creyó encontrar su destino, y deja tras de sí un rastro de espontaneidad extraviada.

Y todo se desgranaba, tierra, susurros, antiguas certezas, floripondios, helechos y cipreses. Una tromba rebalsaba desatada desde lo alto como un torrente de troncos cortados, un alud de ahogados que bajaban desde el cielo.

El viento que quema encendía sus vísceras y hacía doloroso cada paso. Pero ella, en silencio, simplemente prosiguió incombustible, eterna y estoica, dispuesta a abrazar el inicio, a reencontrar el comienzo, para después de muchas vueltas, hallar el término y sellar así un final.

jueves, noviembre 23, 2006

Me largo

Es que es una forma más tajante de decir que me despido, un modo de evitar ese instante de dolor leve que se produce al dejar lo que entendemos por nuestra existencia normal, lo que hemos construido y concebimos como que nos pertenece, nuestra vida al fin y al cabo.

Y no hay como un viaje para cambiar de ritmo apretando el switch, dandole vuelta a la perilla de la monotonía, la enemiga más encarnizada de nuestro día a día. Es que viajar es un quiebre, muchas veces un medio, pero también un fin en sí mismo.

No estar quieto nunca, sentir el vaivén en los pies, ese algo en el pecho que te anima a ir más allá siempre. Hay algo muy de vida en un viaje, es que somos jóvenes mientras queremos movernos, mientras rechazamos quedarnos en lo que estamos, sentimos que el envejecer no es más que permanecer arrumbado entre cojines sin tener siquiera el ánimo de intentar otra cosa, el statu quo, la reacción.

Quizás llegue el momento algún día en que, sin sentirme viejo, ya no quiera viajar más, en una de esas porque en ese instante sienta que ya construí lo que debía, que ya cumplí mi papel por estos lados. Pero eso es algún dia, hoy es hoy, así es que aprovecho para decirle a ese posible yo, libertariamente, que lo mejor del viaje es el viaje, pero también, y en una faceta más conservadora (ok, tengo 33), que lo mejor del viaje puede ser el regreso, esa imagen que queda al volver, simplemente, su recuerdo.

Hasta la próxima.

martes, noviembre 21, 2006

El tren

Foto: Luis Farrolas

De vez en cuando viajo en tren. Y viajar en esos tubo metálicos encapsula, desconecta del mundanal día.

Entras al carro que quedó en frente tuyo en el andén, y te envuelve una sensación de aislamiento, de paréntesis temporal entre lo que hacías hace un rato y lo que piensas hacer cuando llegues a destino. Entonces el tren acelera, y con tu ojo posado en el interior, percibes como el paisaje afuera comienza a desaparecer lentamente, volviéndose difuso mientras los colores son barridos por un brochazo que los vuelve confundibles, como si chapotearan en un mezcla de témpera, de aquella inolvidable clases de artes plásticas del colegio, a la que le echaste mucha agua antes de comenzar a pintar en tu block H10.

No hay mucho ruido en el tren que viajo, las personas generalmente no conversan fuerte, parecen aletargadas por el paréntesis que implica todo viaje. La velocidad, cuando escapa a tu control, parece homogeneizar toda diferencia, eliminando los matices, haciendo confundibles a los unos con los otros, todo es un lapsus mientras se viaja en el, nada podría pasar realmente en ese rato que media entre dos destinos.

Alguna vez viajé en otro tren, uno antiguo, bullicioso, lleno de bultos por todos lados, en esos brillaba la diferencia de todo tipo. Aquella que despertaba al compás del crugir de materiales metálicos, ruidosos, en donde el reino de los polímeros-soporíferos no era más que una fantasía descarriada del tipo "Viaje a las Estrellas", con Sr. Spock inlcuido.

Ese viaje, en un tren llamado "El Rápido" duró 27 hrs, en un trayecto que un bus actualmente hace en 14 hrs. Pero, ¿para que tanta prisa?, ¿para llegar más rápido?, como si la gracia fuese la llegada en vez del viaje, como si buscásemos pasar por alto la mayor parte de los detalles posibles en una carrera desatada y sin frenos de modo tal de olvidar rápido que estamos en un permanente viaje que llamamos vida.

Un tren antiguo no es sólo un tren, es un espectáculo, uno de esos que disfrutas mientras estás tendido en una colina con algo de pasto, mientras disfrutas de un sol agradable de media tarde. Más que un espectáculo de hecho, es una inspiración. Una de esas para las cuales faltan palabras y sobran sensaciones.

Lihn lo dice mejor que yo.

Me despido de una muchacha
cuyo rostro suelo ver en sueños
iluminado por la triste mirada
de trenes que parten bajo la lluvia

sábado, noviembre 11, 2006

33

Todo sigue un ritmo, una sucesión predecible sólo hasta el momento presente, pues más allá todo es bruma y oscuridad. El futuro no es más que una sucesión de sonidos por develar, una improvisación, una sesión de jam, un solo de saxo tenor o trompeta lanzado al viento y por el viento que viaja por el aire para incrustarse directo dentro de ti en una infinitud de momentos por llegar.

Y es el mismo ritmo el que te trajo acá, ese que construiste al son de cada paso mientras fluia el tiempo alternando compases divergentes, a veces monocordes, otras polifonicos, variando según la actitud, la circunstancia. A veces, en especial una vez al año, te sientas un rato al costado del día a día, tranquilo, relajado, con la actitud de una tarde de verano, y así, saboreando el rato, simplemente disfrutas del ritmo, aquel que trae pero también lleva; sin embargo, sólo una vez en la vida, un día como hoy por ejemplo, confrontas contento el camino, y te das cuenta que acabas de cumplir 33.