domingo, marzo 30, 2008

México


Foto: Estevao la fuente

Te recuerdo,

Ahora que se cuelan las personas por las comisuras de la ciudad. A esta hora muda, en la que vuelan asincrónicas luces eléctricas por caminos delineados de fosforescencia fría.

Ahora, mientras la ciudad trae su zumbido escondido tras el velo difuso de la noche, quisiera mostrarte el mar sin luna que yace más allá de la maraña ineludible que lleva y trae tu día a día.

Te recuerdo,

A ti, que tan distinta eres de quien ahora escribe. En el taciturno instante de esta noche impávida, durante el momento que comienza a nacer en la hora en que muere el día.

A ti, que cuan lejos estás y tan cerca siempre estuviste, cuando todas las palabras están dichas y en el preciso instante en que quizás cansada vuelves a casa una vez más.

Ahora,

Tan sólo obsequiarte un respiro puro y frío, frente al trozo calmo de azul cobijado bajo el amarillo parpadeo incierto de las farolas.

Y en la orilla, al inicio del camino que siempre va y viene, un silencio en donde nada pase, un silencio que hable sin hablar, llevando y trayendo cada buen momento susurrado al ritmo de cada estrella.

miércoles, marzo 19, 2008

Ennio


Foto: Luis Sotomayor

Ella despertó sin sentir sensación alguna que le indicara si él estaba en la cama a sus espaldas, o ya había partido en algún momento de la madrugada. Eso en verdad no era novedad, ya hace un tiempo que había perdido la capacidad de sentir su presencia sin tener que verlo o escucharlo.

Sintió por un instante el impulso de voltear su cara para verificar si aún dormía, pero la contuvo una certeza que la inundaba hace tiempo. Simplemente, ella sabía que él no podría cumplir su palabra, pues parecía que había algo en el destino que había construido para sí mismo que lo impulsaba inexorablemente una y otra vez por la senda que lo alejaba del camino amarillo.

La brisa cálida se colaba entre las tablas grises sin pulir de la pared.

A las cuatro de la mañana él ya había desatado el potro del palenque. A esa hora revisó el morral, agregó unos trozos de pan, charqui y municiones, agarró la escopeta y partió hacia el monte. El trayecto fue largo, a medida que clareaba el alba los cerros empezaron a lucir más arrasados por la sequía que golpeaba hace ya tres años. Remolinos de viento levantaban la tierra, mientras bandadas de pájaros negros se arremolinaban y escarbaban para mordisquear semillas secas.

Junto al risco se detuvo. Se sacó el guante de cuero raído y apoyó su mano sobre la rugosidad de la piedra tibia y áspera. Entonces recordó al cuerpo de su padre junto a los árboles de troncos grises, con tres balazos en el pecho, y la silueta del caballo sin jinete que llegó a casa de madrugada, mudo mensajero de que él había caído abatido luego de una persecución que se arrastró por años.

Nunca más venganzas-pensó, al recordar fugazmente la promesa que le hizo a su mujer un día de abril. Un para siempre que ahora le parecía tanto, tanto tiempo.

Se acomodó junto a unas rocas, ignoró el contacto del suelo contra sus rodillas, y el olor a pólvora de los cartuchos con que cargó la escopeta se le impregnó en los dedos. A la misma hora en que su mujer empezaba a lavar ropa, empezó a preparar el disparo, aprovecharía el tubo largo de la browning para tirar a mayor distancia. Ya el sol comenzaba a pasar el mediodía y sentía la sequedad en la garganta que le provocaba masticar charqui.

El viento era amarillo y el sudor sabía a sal.

Los dos jinetes se deslizaban rápido entre las sendas, apenas dibujadas entre matorrales, árboles y cactus. No hablaban, la tierra seca les molestaba, una buena excusa para justificar el incómodo silencio. Pasado el mediodía bajaban entre los riscos, implacables como el deber, en busca de la casa de adobe rodeada de pircas de piedra, cercas caídas y huesos de cabras. Ya eran las tres cuando tomaron la última curva.

El sol caía sin piedad mientras esperaba atento la salida del último recodo. Un poco de agua lo había aliviado, y el mismo pañuelo gris que le cubría la cara le había servido para secar sus dedos. Ya oía los pasos retumbar, cada vez más cerca, mientras la brisa traía abejas y el zumbar de insectos.

Esperó tranquilo, sin precipitarse, sólo tendría una oportunidad. Simplemente, cuando vió la primera sombra disparó. El ruido retumbó fuerte, y el eco se esparció lejano, amplificado entre las quebradas a la misma hora en que su mujer, inquieta, empezaba a hacer el pan y sentía el olor a levadura mientras amasaba.

Ya casi era de noche cuando el sorpresivo ruido de las botas y el resoplido del caballo la sobresaltó. Salió lentamente, sin querer adivinar o preguntar, y en el marco de la puerta se detuvo semicegada por los últimos rayos de sol que se filtraban entre los mañíos.

No habría luna en la oscuridad y el cielo perdía su azul.

Para su sorpresa, vió la silueta de dos hombres enfundados en sus ponchos con las escopetas cruzadas sobre la silla de montar mientras los caballos pisoteaban las melgas.

- El no está, dijo fuerte y segura, justo antes de dar la media vuelta y cerrar la puerta de bruces.

Tras la puerta, cerró los ojos, miró el piso de madera gastado, y pensó que a pesar de todo y todos, tal vez aún era posible mantener una promesa. En ese momento, en el monte, una silueta había terminado de faenar un animal y se dedicaba a cargar el potro con trozos de carne para secar y sobrevivir una semana más a la sequía.

miércoles, marzo 12, 2008

Carta abierta

Foto: Olhares

Lo primero es decirte que he empezado a ver de una manera extraña los aeropuertos. Antes nunca significaron la gran cosa, pero hoy son sitios de pasada asépticos que observan desde lejos instantes plenos de emociones concentradas a mil. Para mí, están en la misma categoría que los hoteles, un auto de alquiler, o como la vida misma, ya sabes, en donde mucho o todo puede irse o llegar así de repente, con o sin cierta fecha de término.

-Malditos y queridos aeropuertos.

Te cuento igualmente que aún visito esa plaza. El pasto está algo más ajado y parece mordido por la lejanía, esa palabra que ahora equivale cada vez más a la distancia física que hay entre tú y yo. Aún caminan por ahí las gitanas, y las bancas de madera verde lucen invariables mientras las aceras están cubiertas por perros que duermen bajo el sol, junto a las personas que fuman y escapan de él. Los niños aún conducen bicicletas y raros artefactos por esas huellas de tierra que no llevan a ningún lado. Que sabios son, saben que la felicidad real no espera en lugar alguno, pues simplemente la sientes cuando recorres y disfrutas del paseo de lo cotidiano.

- Colombia, lleva por nombre ese parque.

A esta altura del año, cuando ya entramos realmente en él, y comienzan a disiparse o a concretarse nuestras ilusiones de diciembre, el mar ya no tiene ese color verdoso oscuro, semi hostil e irredento de los días de verano. Tampoco luce batido ni cae fuerte sobre las playas o encima de las agrietadas rocas grises y azules que cubren el occidente de la avenida. Nada de eso. El agua lleva un extraño sosiego, incluso la sal parece desgastar menos los adoquines, mientras el océano luce transparente, menos insondable y libre. Quizás el sólo espera calmo, lleno de tranquilidad y aceptación lo que no puede controlar, pues sabe que con toda seguridad, tarde o temprano, algo vendrá, y entonces, se levantará de su lecho para arrancar de su letargo y, simplemente, se lanzará contra la costa para buscar nuevamente, a intentarlo sordo, ciego y mudo, para tratar otra vez, para intentarlo una vez más.

lunes, marzo 03, 2008

3


Foto: Night Hawks (Edward Hooper)

Aquella noche pintada, formada por halcones nocturnos y matizada de marrones, anaranjados e implacables sombras al acecho. Aquella postal de cuatro figuras, estando ahí sin estar en ese lugar. Aquella chica de vestido rojo y edad mediana quizás mira sus uñas, esperando callada algo que parece irremediablemente nunca llegar.

Ella y su anhelo, rodeados ambos de tres tipos y dos sombreros con la compañía de una barra semivacía. Ella, en silencio, aquel que nace entre las calles baldías, desoladas, pintando el paisaje interno de los seres incompletos que observamos mientras divagan distantes. Ella y ellos, apenas contenidos en esa delgada burbuja de acuario y luz eléctrica.

Esta otra noche en cambio, llena de trazos simples, construida lentamente por una luminosidad amarilla, por el silencio que mudo habla y por el mar bravío que se adivina sin dejarse ver. Esta otra noche, curva abierta al cielo, desafiando tardes innumeradas, innumerables, y ansias taciturnas. Esta noche ingenuamente ignorante del resto, escéptica al devenir de sombras, teje lento un paisaje nuevo que aún no es del todo, salpicado de un mar que aún no está, y desafía las esperas calladas de algo que parecía irremediablemente nunca llegar.