sábado, febrero 18, 2006

140206

Hace cinco días que no para de llover, una lluvia eso sí algo hipócrita, a medias, nunca intensa, siempre, o casi siempre, llovizna. Lo mismo el viento, sopla fuerte, pero no de manera continua, sino que por períodos cortos, pequeñas explosiones de furia descontrolada pero de corta duración, como un padre que riñe a un hijo pero con sentimiento de culpa, acordándose quizás de los consejos de algún terapeuta familiar. El viento no sopla paralelo al suelo, sino que baja en diagonal desde lo alto del cerro, el cerro que le da la espalda al pueblo y que no deja de recordarme a la montaña de "Encuentros cercanos de tercer tipo", eso sí, sin ovnis y sin Richard Dreyfus.

La lluvia invariablemente me trae al sur de vuelta, en particular, un verano de 1994 en la Patagonia, en un lugar en ningún lado, más bien entre dos nombres, Puerto Cárdenas y Villa Santa Lucía, sólo me falta el olor a leña, a chocolate con leche, las sopaipillas fritas, y el frío. Un frío extraño, húmedo, con olor a tierra mojada, y acompañado de viento Puelche, frío que no me resfriaba, sino que más bien me enfermaba de hambre.

Activando de nuevo la máquina de tiempo, esta vez girando la perilla para que nos lleve aún más atrás, la lluvia me recuerda 1979, la ciudad de Punta Arenas, junto al estrecho de Magallanes. En este caso eso sí, el frío era intenso, con nieve, uno que quemaba la piel si no te ponías guantes, acompañado casi siempre de viento, mucho viento y escarcha. Y claro, un disco de Neil Diamond, uno de vinilo que sonaba en mi casa, generalmente los días domingo temprano en la mañana, y que hacía que te grabaras en algún lugar del inconsciente el tema "September morning".

Quiero que pare de soplar el viento, que deje de lloviznar, y que simplemente el clima tome una decisión, o sale el sol o llueve con furia. No más medias tintas, a estas alturas ya no estamos para eso.

Y mientras desvarío y alego contra el clima, me vuelve a dar hambre y continúo con mi campaña de engordar, o más bien, sigo el proceso progresivo de llegar a ser menos flaco, comiéndome esta vez una sierra al horno. Pero afuera, bueno, afuera simplemente vuelve a lloviznar, y yo, en un arranque de egocentrismo atmosférico, creo que todo es a propósito, quizás sólo con el fin de reirse un poco de mis tajantes y desconcertantes deseos.

En JFDEZ

La calle

Conocí al tipo más triste del mundo. Su sombra lo seguía lenta, incansablemente, alcanzándolo a cada paso, sólo para dejarlo ir un instante y alcanzarlo nuevamente, siempre algo aletargada por la melancolía y la nostalgia, mientras él se dedicaba a vagar junto a la orilla. Parece que las tardes, a esa hora en que las sombras se estiran, son más propensas para que las personas más tristes del mundo se reúnan, o al menos estén la una junto a la otra, pues las personas en ese estado generalmente no pueden dejar de estar solas aún cuando estén rodeadas de gente.

Mientras lo observaba, advertí de pronto que yo mismo había dejado de estar ahí, el presente había dejado de ser mi tiempo, y la memoria me había trasladado a otro sitio, a algún buen instante, quizás a alguno malo, pero siempre atascado en el pasado. Y descubrí que éste generalmente deja un dejo de tristeza en la boca, mas bien en la garganta, aún cuando recordemos un instante genial que nos haga sonreir, porque simplemente ya pasó, y nos hace concientes de ser finitos.

Entonces, no quise contagiarme de la tristeza del hombre más triste del mundo, siempre he sido porfiado, así que me negué a ver pasar el tiempo trotando a mi lado, y decidí abandonar el muelle, con el tipo aquel y su sombra atada inexorablemente a sus zapatos. Y mientras caminaba por la calle de tierra, calle por la que transitaron miles como yo y también otros muy distintos a mí, eché a volar mi imaginación para traer futuro, pues la memoria sólo puede traer pasado. Junto a mí pasaron caballos, perros, colibríes, y dejé atrás floripondios, mientras subía y subía la tristeza del susodicho quedó atrás, convertida en fantasma, mientras tanto el último resto de sol se alojó en mi retina y el viento empezó, una vez más, a desbocarse cerro abajo golpeando mi cara.

La tarde

Cae la tarde,
el azul tiñe el mundo.
Mientras el silencio empapa de soledad los pasos,
pasa una bandada de pájaros grises.

Vuela un angel de capa oscura por el cielo.
En sus ojos, la humanidad.
En su mano, una espada en llamas, flamígera, eterna,
desenvainada como una explosión volcánica y alada.

La flama quema el cielo,
reduce a cenizas lo que queda del día,
archivando en ilusiones lo que en él aconteció.

Y el universo gira,
como rota tu mirada sobre la mía,
como tu pelo arremolinado,
torrente desabotonado de un pecho que escurre sin barreras,
cielo de una pintura de noche estrellada.

AVES EN SILENCIO DE CATEDRAL CON SINCERIDAD DE LÁGRIMA

Es ahora cuando apareces entera,
más bien la impresión que quedó de ti en mi memoria,
una y otra vez sin aviso alguno,

BESO DE LABIOS FRÍOS

·······································sorprendiendo,

como el tiempo a la vida,
la calma al amor,
un sueño a la rutina.

El azul zozobra en el aire, y cede su espacio al negro,
el angel reduce las brasas salpicando el cielo de sombras.

Y te marchas de improviso,
mientras me aferro a la fragilidad de algún recuerdo luminoso.

LUCES OSCURAS, SOLES NEGROS

Te vas siempre, siempre en un largo adiós,
pero sigues unida a mi.

Y por un instante,
nadamos una vez más el uno junto al otro,
mientras mis ojos se llenan de ti,
mientras las sombras nos aferran,
mientras el inmenso cielo se cierra, y nuestro breve espacio se colapsa sobre sí mismo para dar paso al oscuro olvido.

En JFDEZ.