sábado, abril 29, 2006

Mi isla


El mar no tenía ese color verdoso insensible que adquirió durante el verano en el continente. Ese año, el agua era de un azul profundo, de sosegada tarde, un azul que llena sin caber por completo en el ojo, relajándote y aposándose en tu pecho para que descanse el alma.

Los botes, de madera todos, blancos, rojos y verdes, con olor a madera jamás seca, siempre húmeda y salada. Y el viento, el viento siempre, revolviendo todo, intentando arrojarnos de la ladera a la cual nos aferrábamos con dientes y muelas, como gato de espaldas, con la fuerza que sólo la fe, la ambición, el amor, pero también la desesperación, te pueden dar.

Fue la vez en que como nunca llegó pescado a la isla, todos grandes, todos desafiando al mar, intentando llegar más allá de lo que se supone debe llegar un pez, como si nadie les hubiese advertido nunca que ellos no deben salirse del agua, como si no estuviesen enterados de la existencia de límite alguno. Peces voladores, tortugas, peces luna, tiburones y ballenas, toda la fauna con la que soñaste ver cuando niño, una congregación en ese punto del mar a causa de nada, en esa mota, en esa pelusa que ni merece el nombre de accidente en la inmensidad del Pacífico.

Y ese año fue el año en que estuve en ese punto. El año en que me tomé una cerveza en el Bahía y fumé varios Belmont en el muelle, la ocasión en que vi jugar fútbol bajo la lluvia, la noche y el viento eterno, el año en que me puse un Ipod caminando de amanecida por el Palillo, cuando pesqué cangrejos, langostas y peces, el momento en que intenté por todos los medios llegar al techo de isla, como si fuese el del cielo, con la esperanza de rasguñar un poco de eternidad y paz.

Fue la vez en que más escuché a Fito y Coldplay, acumulé proteínas de pescado como nunca, y cuando leí y saqué fotos como poseído. También escribí, a veces bien, a veces muy mal, por el mero placer o por la necesidad de hacerlo, con lectores o sin ellos, con un tema o sin el.

Y nunca olvidé tanto. Nunca acumulé tantos recuerdos para no recurrir a otros con los cuales aprendí es mejor estar en paz.

Fue en el verano de 2006, y en resumen, fue el momento en que, como hace mucho no sucedía, dejé de sentir que estaba feliz para darme cuenta que simplemente, era profundamente feliz.

Nostalgia,
tierra ocre y verde, azul eterno.

Geológica indiferencia socavada,
por el oceánico insistir.

VIOLENTO ABRAZO DE AMANTES EBRIOS

Recuerdo clavado en el alma
Memoria sin tiempo,
celofán acunado en la garganta.

Te deslizas lentamente,

AMANECER DE CENTINELA
ANOCHECER DE VAQUERÍA

Susurras como el crepúsculo,
gritas sin voz como la noche,
volando como el tiempo, como la brisa.

Derramas tu tiempo en mi tiempo
se funde tu presencia a la mía

Por siempre juntos,
Por siempre vida,
Por siempre, isla mía

Nostalgia



Siento un vacío en el pecho.

Como si hubiese llegado el momento de perder algo, pese a que aún no pierdo nada. Es el cosquilleo de la anticipación, la premura del tiempo que quisiera aferrar para que no pase.

Llega sin aviso alguno,
con la rapidez de un grito,
la sorpresa de una caída.

Tiene la inminencia del trueno,
y escrita en su frente, la sombra de lo inevitable.

Se introduce en el pecho y anuda la garganta,
mientras comienza y se va el día,
masticando momentos,
acumulando recuerdos.

llevando a las entrañas,
el fuego del recuerdo,
la luz de la memoria,el sabor de estar, sin estar nunca más.

jueves, abril 20, 2006

3 de 5

Negación
Ira
Negociación
Depresión
Aceptación

Las etapas que se suceden antes para asumir algo. Ese algo puede ser una decepción, un trauma, una pérdida, un algo que nos marca en la vida a fuego, con un signo indeleble que quizás superes pero que no olvidarás nunca. Mientras escribo escucho “La Conquistada”, de Los jaivas, y pensaba que bajo la influencia de la cuarta etapa se ha escrito gran parte de la música y literatura, que para transmitir poesía te tiene que doler algo.

Contemplando en la memoria hacia aquel lugar,
En el horizonte de mi mente se ha escondido el sol,
Como un recuerdo que me llega de su corazón,
Ella no existe más
Ella es una nube que un beso ardiente derritió
Ella es una nube que el viento conquistó



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Bueno, ¿no?. Ok, un poco pegado quizás, pero lo pegado no quita lo bueno. Volviendo a las etapas, entre negar y aceptar hay sólo tres estaciones más ¿que será lo que falta para dar el otro pas?, o ¿que será lo que hay que aceptar para dejar la depresión?.

¿Será que nos negamos a aceptar?, ¿será nuestra incontrarrestable rebeldía a aceptar la realidad?, ¿que la depresión es un tanto adictiva? ¿o que es un estado anímico profundo grabado en alguna secuencia de aminoácidos en nuestro ADN?. La verdad, a mi corazón siempre adolescente le gustaría pensar que es pura rebeldía. Nos rebelamos, por eso no aceptamos.

Ser no ser
¿Que será preferible me pregunto?
¿Soportar los embates del destino funesto?
¿o rebelarse contra ese mar de tribulaciones
y terminar con ellas para siempre?.


Si fuese así, además de ser una guapeza, estaría justificado el haber citado a Hamlet allá arriba, pero parece que lo que me gustaría no es. Hay algo que nos impide dar el paso, trepar el último peldaño para aceptar. El aceptar nuestra soledad final creo yo, no aquella que se va cuando estás con amigos pasándola bien, ni aquella que se supera con afecto, sino una más intrínseca, el tener conciencia de nosotros mismos, y la intuición de saber que llegamos solos a este mundo y nos iremos solos de él.

Quizás la carencia de tiempo para nosotros simplemente nos cierra la única posibilidad de enfrentar el problema de la soledad, el encontrarle un sentido a todo lo que haces en tu día a día, superando la rutina: dormir-ir al trabajo-volver a casa-dormir. Nos impide, por ejemplo, hallarle un sentido a la depresión y escribir algo tan bueno para un amigo muerto, Alberto Rojas Jiménez, tal como lo hizo Pablo Neruda, y que con la arrogancia increíble que puede dar la distancia, me permití continuar a mi modo.

Vienes volando, solo, solitario,
Solo entre muertos, para siempre solo,
Vienes volando sin sombra y sin nombre

Vienes volando en un escalofrío,
Susurro entre árboles sombríos,
Llegas en silencio, deslizando tus pupilas sin luz
entre la pétrea frialdad de la costa,
pecho abierto, envuelto por el frío azul de la noche

Vienes volando mientras todo gira y nada se detiene
Gritando en silencio tu soledad de monte,
Se desgarra tu boca entre los verdes cipreses.
Vienes volando, sin hogar, sin tiempo,
simplemente solo.

Y es la tarde cuando vienes,
cuando el mundo se posa en tu mirada,
cuando el tiempo se desliza entre tus manos sin tiempo,
cuando te aferras al instante,
mientras nadie puede verte,
sin poder nombrarte,
sin poder estar con nadie, sin saber que ya has llegado

Pilsener

La Cristal me recuerda la palabra "pilsener", tiene etiqueta verde y amarilla, y apela a un nacionalismo teñido, oxigenado, falso como zapato de payaso, con una chica rubia en bikini (TREMENDA) con un titulo abajo que dice "Unica, Grande, Nuestra". Personalmente su sabor (el de la Cristal, obviamente), especialmente después de beber 1 litro, me recuerda a la orina de gato, claro, después de que te tomas tres litros hasta la puedes encontrar buena (la Cristal, la chica siempre).

La Escudo en cambio tiene una etiqueta roja con letras blancas, un sabor más fuerte, más amarga quizás y suena a "cerveza", no a "pilsener". No hay chicas rubias en bikini, pero si hay gente joven, universitarios relajados. Busca asociarse, posicionarse más bien, con conceptos asociados a "carácter" y "actitud".

¿Y que tiene que ver todo eso?. Pues, es que hoy me tomé una Escudo entera, la individual de 1 litro. Podía elegir entre Cristal y Escudo, entre la rubia y la actitud, pero abracé por la cintura a la actitud.

Uno siempre elige en la vida, ¿no?, a cada rato, en cada instante, te enfrentas a múltiples alternativas y ante eso, escoges, elijes, te la juegas por algo. Y así construyes tu vida, sumatoria de una infinidad de elecciones, dejando en el camino un sinnúmero de alternativas desechadas. Pepsi o Coca, Roncola o Piscola, arriba o abajo, izquierda o derecha, seguir juntos o romper, quedarse en casa o salir, ella o la otra, tomate palta mayo o barros luco.

La vida entera es un sinnúmero de elecciones que uno mismo debe llevar a cabo, pensando, sopesando y decidiendo por lo mejor o, al menos, por lo menos malo. Sin ruta, sin camino, simplemente te lanzas a la noche, al bosque sin linterna ni brújula.

Es buena la Escudo, eso sí después de tomarte una, a algunos nos dan ganas de escribir. Tonterías quizás, tal vez no tanto, pero lo que es yo, entre Cristal y Escudo, obviamente, Escudo siempre.

martes, abril 11, 2006

Frio y fuga



Hoy hace frío. Un frío que duele, en los huesos, en las manos.

Como siempre hay viento, estuvo el día entero despejado con sol, pero esa sensación de desolación que da el frío no nos dejó en ningún momento. Y me dio hambre, ¿a todos les dará hambre cuando hace frío?, pero no cualquier hambre, de sopa caliente, de un ajiaco, de sopaipillas recién fritas, de chocolate con leche caliente con pan amasado recién salido del horno untado con mantequilla-mantequilla, no mantequilla light, cero colesterol, sin sal, margarina o lo que sea, simplemente mantequilla.

Y el puerto aún está cerrado, sigue la marejada saliendo de la bahía, nadie puede zarpar, y estar en tierra se transforma en una cárcel. Una sin barrotes ni gendarmes, sólo una en la cual salir cuando se te dé la gana es imposible, una cárcel-isla, como Alcatraz.

Pero de Alcatraz escapó un tipo, eso cuenta la leyenda, aunque la realidad debería hacernos sospechar que en verdad murió ahogado por una hipotermia. Clint Eastwood interpretó el mito en una película en la cual también hay un pintor que se suicida cuando le quitan su pintura porque al Alcaide no le gustó el retrato que hizo de él, y en donde mezcla cemento y papel para construir muñecos y flotadores y así cruzar la bahía de San Francisco, según el viejo Clint leyó en Mecánica Popular.

Si Eastwood pudo, nosotros también podemos, ¿no?. Escapar al fin y al cabo no es tan difícil, huir no es para nada algo improbable, siempre es mucho más difícil quedarse y afrontar, poner el pecho a las balas. Pero hoy prefiero una fuga, por ordinaria, rasca o poco original que sea, una que me saque y me transporte, en el lomo de la música por ejemplo, como una película con ese nombre que quiero y no puedo ver.

Pero sigo acá, y sólo puedo desaparecer un rato pensando en ajiacos o sopaipillas, y escribiendo de Eastwood, mantequilla, o sobre una isla llamada Alcatraz.