domingo, diciembre 18, 2005

Navegar


Mar,
a tu inmensidad de catedral entrego mi esperanza.

En tu silencio de amanecer recordaré,
mientras tu pecho abovedado guardará mi dolor.
Rompe mil veces
de mil maneras distintas
contra la indiferencia pétrea que te orilla
y que vanamente intenta aprisionarte.

Libertad,
Libertad es tu otro nombre,
Lo gritas en cada onda que se revuelve en tu vientre líquido,
Movimiento eterno,
sembraré en cada surco tuyo mi mirada de hombre gris.

Dame tu gracia,
Bautízame de cielo estrellado y horizonte,
Transpórtame a tu patria azul y verde,
vientre de doncella inmaculada.
Lugar independiente,
Frontera de gozo y herida

Cicatriza nuestro espíritu,
y acoge nuestro sueño innombrable,
aquel inalcanzable,
el sueño de ser libres,el sueño de ser joven
.

La isla


Sólo un trozo de mar interrumpido por un pedazo de tierra, que conserva ese ideal de aislamiento, castigo o aventura, al cual vamos a buscar o a escapar de algo. Tiene por ello tiene algo de territorio libre, de frontera sur de película gringa, un sitio que debería ser seco, lleno de cactus y de autopistas, y en el cual se intercalan, con ritmo irregular, algunas gasolineras.

Sin embargo esta es verde y café, con los grises propios de la actividad volcánica que la formó. Pero su color atípico de frontera sur del séptimo arte igualmente la hace formar parte de esa zona incierta, patria nueva, en donde termina la rutina y comienza la posibilidad de empezar otra vez, de reinventarse, o de al menos terminar de una manera distinta.

Pero, ¿porqué una isla?, ¿será acaso que el accidente geográfico que conforma es metáfora perfecta de la interrupción del mar de rutina diario?. Debe haber pocas cosas más similares a la monotonía, sólo desde la distancia claro está, que esa masa de agua azul llamada océano.

Nuestra existencia, instante en la historia del mundo, un pestañeo geológico, de algún modo también es sólo una isla. Un accidente que nos sorprende al contemplarla, pues surge de un modo inesperado, inconsulto, y que parece desafiar incólumne, pese a su fragilidad, las aguas del devenir del tiempo.
Pero hay otra metáfora aplicable. Es el compararla con el hecho de amar.

El amor, el de pareja me refiero, es una isla en un mar de indiferencia, un accidente extraño en una tela de relaciones humanas que a veces percibimos como más o menos prescindibles o asumimos como parte de nuestra vida diaria. Es navegar a ciegas, entre la niebla, sin posicionador satelital ni radar, y encontrarse de pronto con una pared de roca que está donde menos lo esperabas.

Ese cuasi accidente puede terminar mal si te niegas a creer que en ese lugar emerge una isla, pues seguro te estrellarás sin remedio. Sin embargo, también puede ir pésimo si aceptas que es tierra firme, y finalmente no eres capaz de desembarcar del todo en ella, tarde o temprano seguro te irás a pique en la rompiente.

La isla, o desde la isla, cual título de libro o película, como alguien me indicó. Si estás en ella respira profundo, quizás moja tus labios.
Aprovecha el instante, contempla alrededor e imprégnate de vida y aire.