sábado, mayo 26, 2007

Junio

Foto: wweeggee (http://www.fotopunto.com/17926)

No hay mucha originalidad en los pasos, lucen repetitivos, parecen posarse una vez más en el mismo camino recorrido mil veces en esa huella que lleva a casa. Quizás el frío se ha ensañado este mes que comienza, adormeciendo las ideas, la originalidad, o tal vez, simplemente se ha dedicado a lo suyo, infiltrar cada instante, adelgazar el aire para que logre entrar invariablemente frío a los pulmones.

En ese rápido transcurrir entre la brisa intensa, la ciudad parece absorber, callada, oscura. Recordando, evocando, similar a lo que era sumergirse en el mar de Chile un día de junio, pero de 1995, un agua siempre gélida, una que mareaba al contacto con la piel, descontrolando la respiración, imposibilitando alcanzar la cadencia para así dirigirse a destino, y desatando de paso la furia, la rabia por arrancar, evitando la marca del metal frío en la piel.

Nadar entonces era una lucha constante contra el oleaje, era sentir la sal en la boca, bregando por mantener el control de los movimientos en una pelea solitaria, contrastante con el cielo eterno con su indiferencia celeste.

Caminar ahora, es dejar atrás rápido las aceras mudas para acercarse a casa y evitar la brisa que te mantiene aterido. Frente a la realidad de frío y prisa, ahora la imaginación es un regalo.

Antes, salía a la playa, feliz con la piel entumecida, roja de frío. Y aunque siempre está el mar, y aún está la posibilidad de ser tan loco como para nadar en él en invierno, hoy al menos, simplemente toco la reja negra para abrir la puerta, entro a mi casa, enciendo una estufa, y mientras se calienta la habitación, miro alrededor y sé que en verdad ya no es 1995.

miércoles, mayo 23, 2007

Contexto

Suena el ritmo de la noche, por alguna extraña y genial razón, el frío no es intenso hoy, parece sólo una bocanada de aire fresco que se filtra desde mar, o quizás del fondo de la tierra. Una bendición para liberarte y dejar atrás un día de trabajo.

La gente repleta el local, se mueven vasos, copas, botellas. El humo es el pizarrón donde las luces se dibujan apuntando al escenario, mientras las cervezas negras, rojas y amarillas usan su espacio para llenar las mesas de madera.

- Me hablan.

Y me concentro para escuchar, justo al lado de la guitarra electroacústica que suena, la risa de muchos y el silencio de pocos.

- Me hablan.

Pero no es fácil captar lo que me dicen, me llegan sólo palabras aisladas, las que interpreto y amalgamo para reconstruir frases, las ideas más probables en un contexto que ya me resulta más que familiar en una noche de charla, el intento y la ruptura.

Ahora cantan, se escucha un rumor plano de fondo, y dos guitarras dialogan en el escenario mientras desde una mesa un grupo grita en inglés que son marines. Miro mi vaso cervecero, lo aprieto un poco en la mano mientras mentalmente viajo a un lugar que no es ahí, noto entonces que todo es silencio, pues ya no hay música, menos aún el ruido blanco que llenaba el espacio segundos atrás. Bebo algo de cerveza, escucho las guitarras, imagino una sonrisa que no está, y recién me doy cuenta que me hablan nuevamente, en un contexto que ya me resulta más que familiar en una noche de charla, el intento y la ruptura.

viernes, mayo 11, 2007

Viernes

Foto: Alberto Montero

Como siempre, como tantas veces, estás callada, ausente más bien. En silencio, desconectada profundamente de todo cuanto te rodea. Te miro, con la inexplicable necesidad de decirte algo, con el perentorio mandato de vocalizar para así compartir la noticia que hoy me dieron.

Pero estás sumergida en el silencio inmutable de la rutina diaria, esa que yo mismo transité tantas veces antes, participando en la carrera desbocada para construir ese recuadro íntimo que aísla, protege, y blinda.

Sí, es cierto, quizás todo esto no es más que un viernes frío como pocos, cerrado en sí mismo, uno que palpita menos de lo que debiese un viernes. O tal vez es este invierno el debiera quedar atrás de una vez, relegado por el clamor de los pasos que a esta hora seguro desembocan en El Puerto, bosquejado en lo que queda del día por el pegoteo incesante de letras en el muro de la noche.

Viernes.

Entre tu silencio y el mío, me quedaré esta vez con un domingo, uno de sol bajo un cielo azul atravesado por la brisa, por el rumor del oleaje en las rocas de la caleta. Un séptimo día con botes tricolores durmiendo en la arena. Ese día, refrescado por las cervezas frías, acompañado de empanadas fritas, iluminado por algo tan simple como compartir a la luz de la alegría, es aquel que quiero traer a este viernes de despedida. Uno para contemplar tranquilo, cruzado por la contradicción de lo que se va y lo que queda, como tú, como yo, tan lejos tantas veces y tan cerca muchas otras.