miércoles, septiembre 19, 2007

Cueca

Nos separan dos jarras de vino pipeño con helado de piña. Dicen algunos que tiene una pinta de amaretto, pero no hay consenso al respecto. El acuerdo sólo se alcanza en que el terremoto está tremendo, y que sin las jarras de vidrio angulado, junto a las de tinto vacías, la mesa se vería indiscutiblemente más fría. Después de varias cuecas, algunas rancheras y dos cumbias, sintiendo ahora sólo la percusión que lleva el ritmo del local, escuchando canciones que hablan de quiltros, a la luz de la charla, del brillo sociológico de tu sonrisa y de tus conceptos militantes, hablamos de Teillier, y menciono a Chihuailaf, de esa poesía que puede haber al terminar la noche, como la herrumbe que enmohece inevitablemente el instante que ya se fue de las manos.

Me mira, me dice:

- Seguro que bajo la cáscara de lo que percibimos como realidad, subyace una verdad oculta. Basta andar un poco, observando tranquilamente, para que se revele un mundo distinto, un océano de relaciones despreciadas y olvidadas en medio de la monotonía, en la maratón por la última oferta y el llame ya, en la carrera que te venden como la única importante, la de sobrevivir sin pensar, sólo para transformar oxígeno en dióxido de carbono un día más mientras consumes.

- Si lo piensas un poco, la obsesión por la apariencia se origina por completo en ese envoltorio, pues estar sólo ahí calza plenamente con la aspiración de la caricatura del pequeño burgués, esa acomodaticia, mediocre, basada en la exclusiva necesidad de generar lucro para mantener su existencia orientada por la aspiración por poseer cosas, sin huella alguna de espiritualidad verdadera, cuyo concepto de humanidad cae en el estrecho círculo formado por el yo y su entorno familiar inmediato.

Y me parece más atractiva mientras agarra los palillos para ensamblar, tejiendo conceptos, nociones. Más provocativa cuando se lanza, inspirada en la casi imposible tarea de traer al mundo una idea nueva.

- Comparto eso, digo. Entonces nada más lejos de la realización de las personas que me parece, supone acercarse a ser lo que han soñado para su vida, y que por ende, tiene como requisito la capacidad de evocar, imaginar que hay algo más allá de lo que la supuesta realidad te brinda. Aspirar a algo más que adquirir el último modelo de televisor de plasma, digamos.

Enciendes otro cigarro, y asomas una leve sonrisa. Un rato pequeño en que nada que esté fuera de él importa mucho, pues está olvidada y superada la sensación de angustia que invade cuando descubres ya tranquilo que te has marchado una vez más de algún local pintado de noche, de 18 por ejemplo, con botellas y jarras, cueca bailada sin saber cómo, músicos vistiendo de riguroso negro, cantantes de boleros parecidos a Angus Young, y las notas de cueca urbana de un acordeón que alegró la noche con sus matices de blanco, negro y rojo.

sábado, septiembre 08, 2007

Blake

Foto:Luis Montemayor

Habíamos decidido tantas cosas. Claro, tantas y tan pocas, con esa contradicción que siempre parece cruzar todo lo que tienes planeado para terminar bajo el sino del modo distinto, de aquella manera impredecible que llaman la menos pensada.

Todo se resume quizás en septiembre, este mes cargado de bienvenidas y de ceremonias del adiós, que no dudan en quedarse para dar vueltas aquí y allá, impulsadas por el mismo viento que comienza a barrer la ciudad sin cesar. Pensándolo un poco, tal vez sólo estamos enceguecidos bajo la nueva luz, pues el invierno nos acostumbró a esa penumbra de frigorífico, al frío que abraza como el barrial grisáceo que enloda el reposo de los botes en Quellón.

Y aquí estamos, a dos días una vez más, llenando momentos de significados pasados, luchando por plagar las jornadas que vendrán de pinceladas y matices nuevos, bajo la luz del equinoccio cargado de hortensias, zorzales y chincoles. Un paso más en el eterno renacer, del modo como William Blake lo delineó un día de 1789.

"No poseo nombre: pero nací hace dos días."
¿Cómo te llamaré?
"Soy feliz. Me llamo alegría."
Que el dulce júbilo sea contigo!