miércoles, mayo 10, 2006

Cazuela


No es una olla, es un plato de comida, una sopa. Pero tampoco es una sopa, es más que eso, es un símbolo, su nombre podría estar en vez de la estrella en la bandera, junto a una empanada de horno y vino tinto.

Es de esos platos para comer en días fríos, de los que producen añoranza del pasado, de esos que uno desearía comer después de una lluvia de invierno, y que son esencialmente democráticos, pues quienes no disfrutan de ella debe ser un grupo ínfimo de personas, seres en su mayoría de sangre azul, tocados por la varita mágica del aristocrático paladar. Parecida al puchero español, pero aderezada con ingenio criollo, de carne de vacuno, pollo, chancho o pavo, simplemente, todas son buenas.

Papa, carne, zapallo, choclo en trozos generosos. Nada de egoismo individualista se cuece en su preparación, algo de arroz, pimienta, sal, porotos verdes quizás.

La cazuela es como el día a día, una metáfora del modo en que vivimos la rutina diaria. Todo en trozos grandes, nada de sutilezas, simplemente abrir la boca y saborear sin tener que dejar nada de lado, pues todo es bueno en ella. Por ello, la cazuela es la vida misma, una que puede ser sabrosa sin necesidad de elaborar mucho, sin tener que cortar o destazar la realidad en sus componentes más primarios para poder llegar a sentir la felicidad.

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