Foto: SandraQuizás era escuchando The Cure cuando en verdad nos dábamos cuenta de que al fin y al cabo había cosas que sí podíamos compartir. Y no es que el timbre de voz de Robert Smith fuese particularmente dado para viajar juntos por la vida, sino que constituía el atisbo de un cúmulo de imágenes y sonidos en común, formados sin duda durante nuestra niñez gracias al apetito voraz por estímulos televisivos.
Seguramente se trataba de eso, el remedio de compartir códigos generacionales, los que por ejemplo nos permitían saber en seguida que era un personal stereo, que un betamax era distinto a un VHS, o entender como lo más natural del mundo que aún guardábamos cassettes con cinta metálica o de cromo, sin duda los mejores para escuchar temas como Lullaby, High o Close to me.
Al encontrarse después de tanto y tan poco tiempo, fue exactamente lo mismo, ya sabes, esa sensación de no haber dejado nunca de conversar, que hizo que volviésemos a hablar como lo hacen quienes se conocen toda la vida, como si hubiésemos estado comiendo papas fritas con mayonesa, ketchup y pimienta frente al televisor, hace mil años atrás, riéndonos mientras Mr. Smith, en un video clip de bajo presupuesto, uno con palmeras, nieve, focos, y mucho, mucho viento, cantaba Pictures of you.
Nirvana era un caso aparte. Era de esa etapa fugaz que creimos duraría mucho, y en donde la música parecía redescubierta al ritmo de guitarras de sonido crudo, con camisas de franela tipo leñador, en un tiempo donde
Smell like teen spirits era la dosis precisa de adrenalina para despertar luego de una noche de mal dormir. Ese rato era de desgarro, a lo
Lithium, de chalecos de lana con los puntos corridos, de jeans gastados hasta la transparencia, y de una chaqueta que odiabas que usara hasta ese día en que se le cayó una manga mientras la lavaba. Momentos intensos, de invariables salidas al mar en invierno, en donde el océano lucía verde, oscuro, como una crema de arvejas recién cocinada, o como el último lugar en donde locos como nosotros tendrían la ocurrencia de entrar a pasarlo bien bajo la lluvia.
Es que
Come as you are tenía un sabor reivindicatorio, democrático quizás, un llamado para que simplemente fueses como quisieras ser porque había espacio para todos. Y bueno, convengamos que un espacio para todos sólo tiene de común el hecho de que es soñado por muchos, incluso por desquiciados que eran capaces de meterse al agua gélida un domingo de invierno por la mañana sólo por la posibilidad, por la promesa de que tal vez, pese al dolor del agua helada que recorría tu espalda y tus huesos, podías ser inmensamente feliz si el mar te quería en él.