Cabe sólo mirar los cerros florecidos,
respirar y escuchar los latidos propios,
tomarse unos segundos,
para sentir que se está aquí,
como si nunca hubiese habido otro lugar.
Cabe preguntarse sin llegar a hacerlo,
acariciar, sonreir, sentir las hojas y los troncos,
recordando que hubo un árbol,
frente a la pequeña casa que fue del abuelo,
donde hoy sólo habita un vacío mustio.
Cabe recordar las hortensias,
los amigos que se fueron,
a quienes fueron importantes,
y sonreir por los saludos,
por lo comido, lo bailado y lo bebido.
También por lo amado.
Cabe hacer y no hacer demasiado,
pero sobre todo cabe agradecer la oportunidad,
empuñando la ilusión, el deseo y la fuerza,
de estar a la altura,
para sentir que los 49 giros han valido la pena.
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