sábado, enero 23, 2010

Geométrica

El sentimiento de pertenencia a un grupo, lugar o persona pudiera ser descrito como un lazo de melancolía. Un eterno loop dentro del cual nos movemos atrapados, alejándonos en ciertas etapas, pero volviendo siempre en algún momento a pasar por el mismo punto. Ese hito que volvemos a divisar una y otra vez en la vida, es seleccionado por la memoria entre los afectos o desafectos para permanecer inamovible, y a duras penas es desgastado por la brisa del tiempo.

El lazo tiene un radio variable, que se expande o contrae periódicamente, para volver más o menos recurrentemente a visitar el mismo punto, y dentro de él conviven imágenes o realidades concéntricas como amistades, amores, barrios, ciudades, naciones o patrias. Es en esa variacion de la distancia respecto a su eje la que genera aceleraciones o desaceleraciones bruscas en la velocidad por la cual circulamos en su interior. Podemos acercarnos pausadamente a un hito para luego vernos obligados a alejarnos con urgencia de ahí.

Es esta curva dentro del cual nuestra vida se dobla sobre sí misma una y otra vez, la que nos lleva a pasar por la estación de la solidaridad con quienes nos reconocemos en uno de los planos concéntricos, la que nos transporta para conmovernos una y otra vez con la desgracia ajena, pues ya hemos habitado esa república en otro momento, y aquella que nos hace reencontranos invariablemente con todo aquello que hemos vivido, o lo que lo mismo decir, volver a toparnos con lo que hace que seamos nosotros mismos en una inesperada curva del camino.

jueves, enero 14, 2010

Soledad

Ilustración: Jimmy Scott

viernes, enero 01, 2010

Manifiesto 10

Foto: Mauro

Es tan sólo despertar sin tener que sentir en la espalda el peso de tanto comienzo. Sin que los dedos acaricien el borde del que bebes lento, sin erizar cada segundo, ni devorar a dentelladas la nueva mañana.

Es tan sólo el comulgar del aleteo de los pájaros con el trinar de la brisa, el crujir de unos cabellos, la caricia entre dos manos. El descanso borrando conciencias genuflectas y realidades complacientes.

Es el día después.

Cuanto árbol incendiado agoniza derribado.
Cuanto cielo inventado por nuestra fantasía y vejado por nuestra realidad.

Pero es el día después.

Como si cada duelo pudiese terminar.
Como si el mundo nos perdonara,
abriéramos los ojos,
nos diéramos cuenta de que somos felices,
y aún podemos serlo para siempre.