Oscurece, sopla una brisa cálida, extraña para el mes de julio.
Inevitablemente la sed acorrala, mientras resuena la voz aguardentosa, raspada y cancerosa de Sabina. Dirijo los pasos a la barra cubierta de piedras coloreadas, haciendo el quite a las mesas con pálidos manteles plásticos, para pedir una jarra de vino tinto tibio con naranja, azucar y canela.
Todos fuman, incluso quienes no tienen un cigarro encendido en la mano. Muchos hablan, mientras un resto escucha y los restantes simplemente se pierden en el zumbido monocorde de palabras cada vez más incoherentes mientras la noche toma posesión del día.
Suena La Bifurcada. Saco un cigarro y lo mantengo entre los dedos sin encenderlo. Me hablas de algo que no logro captar entre la voz de Adrián Otero, las risas y el humo del cigarro.
- Es que el mundo en verdad es sólo ilusión, alcanzo a escucharte.
Y te miro preguntándome si el cigarro, el vaso angulado con la impresión de una huella digital en él, las risas, Memphis la blusera, incluso tu y yo, entramos en la categoría del mundo de las ideas. No digo nada, y me sumo al coro,
Si te vas, no, no, no me voy a matar.
- Yo quería ser Madonna.
- ¿Madonna?!, o sea, ¿Madonna-Madonna?
- Sí, ella misma. Me gustaba usar medias rotas y me ponía gel en el pelo para hacer coreografías con mis amigas.
Disimulo para no sonreir, y te miro de reojo las piernas, imaginándolas con medias rosadas de diva pop, cuidadosamente cortadas para parecer casualmente destrozadas.
- Nunca entendí porque las mujeres querían ser Madonna.
- Es que ella es lo máximo, es como la super mujer, y además, por Sean Penn.
- ¿Cual es ese?, ¿uno parecido a Al Pacino? pregunto, recordando al actor de Mistic River.
- ¿Ves?, no se puede hablar contigo, nunca te tomas algo en serio. Al Pacino es un viejo que ya era viejo cuando salió en Scarface, cuando hacía de cocinero con la Michelle Pfeifer de mesera en esa pelicula con música de Debussy, o cuando bailaba tango de ciego peinado hacia atrás con una niña. Nada que ver con Sean Penn.
- Bueno, tu empezaste. Dijiste que querías ser Madonna.
- Eso era en serio.
- Ajá.
La brisa tibia se fue hace rato. Tomo algo de vino, el navegao está genial, calienta el vaso entre los dedos, haciendo menos fría la noche y menos tirante el silencio. Te pones de pie de improviso.
-¿Adonde vas?.
-A mi casa, sola.
Y te largas rápido del local coloreado por mosaicos, partituras, rayados y pinturas, con tu andar y tus piernas de chica material, mientras sigue resonando el blues sobre el murmullo de zumbidos monocordes.
Pienso si acaso en verdad todo es ilusión, y si en el mundo de las ideas las palabras tampoco salen cuando no hay ganas de que sean pronunciadas. Prendo el cigarro sólo para apagarlo de nuevo. Ya subió la luna hace un rato, y ya bajó el frío hace un poco, ese que no impide unirse al coro de La Bifurcada, para volver a cantar con Adrián Otero, una noche cualquiera, en un local con una barra de piedras coloreadas, entre las mesas cubiertas por pálidos manteles plásticos.